sábado, 1 de septiembre de 2012

La España reprimida



Sí, también se fue Aurora Bautista, nombre mítico de la actuación española de todos los tiempos; una actriz capaz de asamblear a sus alrededores lo sagrado y lo profano, así como encarnar tanto una reina como una desposeída. La única tía Tula posible.
Y como necesitaríamos un blog dedicado por entero a una de las obras más rompedoras, valientes, incautas, complejas y avasalladoras de la literatura de todos los tiempos, es mejor que dejemos a Unamuno a un lado y nos centremos en el tiempo en el que transcurre la magistral adaptación de Miguel Picazo, otro irreverente concienciado, o quizá un clásico en busca de la vanguardia... El caso es que LA TÍA TULA, pese a los más de cincuenta años de retraso con la novela, no se sale ni un milímetro del ajustado corsé social de la oscura ciudad de provincias, en la que todo transcurre de puertas adentro y donde el cura ejerce de bastión moral, casi intocable. Picazo acertó en todo; en el montaje disuelto, casi descuidado; en el prodigioso trabajo de cámara, con algunos de los mejores travellings del cine español de entonces; en cuidar la figura central, una Aurora Bautista en estado de trance, y esperar siempre el momento oportuno para cada estallido; en dirigir los dardos (envenenadísimos, y, sí, contra el franquismo) de manera tan sutil e inteligente, que fuese casi imposible una censura tipificada (lo que no estaba en una frase acabaría saliendo en un enfoque inesperado). LA TÍA TULA no es sólo el ahogo, la represión sexual, el olor a armario viejo o los secretos inconfesables más por miedo que por mera vergüenza; se trata de colocar las cosas en su sitio, de mostrar una España que efectivamente ¡existía!, de colocar a esa vieja caterva frente a su apolillada imagen. Esa sociedad tan incapaz de asumir una sola culpa, pero que no duda en señalar al que osa salirse del camino establecido.
Se trata de un film que no ha envejecido nada; antes al contrario, LA TÍA TULA se muestra actualmente con toda su vigencia intacta, tan demoledora y afilada como lo era en pleno 1964. Y puede que sea más Ferlosio que Unamuno, pero no vamos a separarnos nada de una historia más que redonda, una cámara de los horrores vestida de riguroso luto... al otro lado del confesionario...
Saludos castos.



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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!