lunes, 10 de septiembre de 2012

Guiños en Technicolor



A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, existe un intervalo temporal en el que las pantallas mascaban chicle y los tupés y las sonrisas eran todo lo que el luminoso sueño americano ofrecía para olvidar las penurias de una guerra que a las nuevas generaciones les sonaba ya un poco lejana. Era el momento de los Kennedy, de los Cadillacs, los Banana Split y la Coca-Cola con vainilla; el tiempo que se reabsorbía a sí mismo en un cinemascope gominolesco con faldas plisadas, chaquetas blancas, cardados imposibles y la sombra del matrimonio como fin último a esos locuelos jovencitos y sus locos cacharros... Así las cosas, no fueron pocos los directores de prestigio que tomaron las de Villadiego para refugiarse en proyectos que, efectivamente, entonces no eran alimenticios, pero que el tiempo ha colocado justamente en sitios menores de sus filmografías. Era el momento de las estrellas juveniles, como la modosita Sandra Dee y el chulo-pero-decente Bobby Darin; el momento de seguir vendiendo a un homosexual integral, Rock Hudson, como el prototipo perfecto de supervarón/megamachote; todo regado con la explosiva presencia sísmica de Gina Lollobrigida y la azul Riviera como telón de fondo. COME SEPTEMBER es incluso más intrascendente de lo que parece, pero hace falta un maestro como Robert Mulligan para manejar un desquiciamiento camp tan evidente; así, casi no nos chirrían los excesos paternalistas del potentado/eterno soltero Robert Talbot al llegar a su lujoso villorrio para encontrarse, como cada verano, con la lúbrica Lisa Fellini; ni que sus criados hayan convertido la mansión en un hotelito para sacarse unas perras mientras al dueño le da por venir; ni que cuatro veinteañeros de Connecticut, conduciendo un Mehari amarillo, terminen por plantarle una tienda de campaña en la puerta. Eso es mérito de Mulligan, sí. El resto son zambombas y chisporroteos, una sola canción (afortunadamente) interpretada por Darin y los dos puntos fuertes (el resto es decididamente prescindible): un impresionante bailoteo entre Hudson y la Lollobrigida (véase foto) y poder ver, aunque escasos minutos, al magnífico secundario Walter Slezak, de quienes pocos saben que, tras su oronda simpatía, se encontraba uno de los fetiches en la época muda de Dreyer y Curtiz en Austria. Ah, la menudencia es que también salía Ron Howard, pero no decía ni mú, aunque ya iba tomando notas, claro.
Saludos con Martini.






2 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

Bueno, es que la escena del baile es antológica. Ya lo he contado pero lo repito. Resulta que mis padres tuvieron seis hijos y me he enterado hace poco de que tuvieron que hacer el coito para conseguirlos (espero que disfrutaran de los coitos porque los hijos les salieron regular). Pues bien, Cuando llegue Septiembre fue la fuente de muchas de sus más recurrentes fantasías eróticas. Y no cuento más.
La canción me gusta muchísimo. Bobby Darin, un poco menos.
Ese mismo año (1961) se estrenó El año pasado en Marienbad que es, más o menos, la misma historia, el mismo tipo cine con los mismos personajes...

dvd dijo...

Hombre, ésta es peor... Ya se sabe: "Multiplication, that's the name of the game"... Y hay quien lo toma al pie de la letra... Oiga ¿a usted no le recordaba Sandra Dee a Rocío Dúrcal?, es que se movían igual, igual...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!