martes, 10 de abril de 2012
Cuando las apariencias engañan
Si ayer mismo hablábamos aquí sobre el "fenómeno Astroboy", cuya principal virtud era, bajo la apariencia de un mero entretenimiento, desplegar una interesante reflexión sobre la vida artificial, y concretamente la de una máquina de destrucción con las inocentes facciones de un niño, hoy tendríamos que dar un giro radical y situarnos en un opuesto casi absoluto. Y es que RÔJIN Z, uno de los más celebrados guiones ideados por el gran Katsuhiro Otomo, nos sitúa en un futuro en el que la superpoblación y envejecimiento masivo ha llevado a la humanidad a plantearse la ancianidad como un grave problema ¿La solución?: descargar la ocupación de la tercera edad en unos dispositivos robóticos que son capaces de alimentar, sanear y hasta controlar médicamente a los pacientes. Ingenioso y escalofriante, todo comienza con uno de estos dispositivos que literalmente se funde con su "huésped" y ayuda a la conciencia de éste, encerrada en un cuerpo inservible, a rebelarse, escapar del hospital y convertirse en una especie de amenaza, aunque el único deseo del anciano/robot sea aprovecharse de las infinitas posibilidades y recuperar el tiempo perdido. La lástima es que el trabajo técnico (recordemos que se trata de una cinta de 1991) resulte de lo más convencional y empañe un relato con grandes ramalazos humorísticos y erótico-festivos; finalmente, lo más interesante es su reivindicación humanista frente a un capitalismo implacable que ni siquiera es capaz de respetar a los más mayores, tratándolos como un mal menor que, en aras de la "bendita eficacia", les deja como vegetales atendidos puntualmente. Si no se es fan del género, se la puede confundir y desechar, pero merece la pena revisitarla como una de esas curiosidades provenientes de Japón.
Saludos constantemente vitales.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
1 comentario:
Genial película. Me encanta. Astroboy es la que me falta.
Publicar un comentario