lunes, 13 de diciembre de 2010
The Sherwood tales #1
Bueno, queridos indéfilos, como sé que vuestra aversión navideña es directamente proporcional a la mía, no me va a quedar más remedio que iniciar hoy uno de los clásicos monográficos que por estas fechas me sirven para ocultar los desmanes derivados de las mismas, al tiempo que solazamos el espíritu descubriendo, compartiendo, disfrutando... Como habréis observado, los próximos días van a estar dedicados a uno de los iconos más reconocibles de todos los tiempos, nada menos que Robin Hood; y como el arquero de Sherwood es uno de los personajes que más adaptaciones ha conocido en la gran pantalla (y de más diversa índole, añado), voy a intentar abarcar el máximo de ellas aun a sabiendas de que se quedarán por el camino las menos conocidas o las más extravagantes. Y como me gusta empezar por el principio, la primera adaptación de la leyenda de Robin Hood de la que se tiene constancia es la que emprendió Douglas Fairbanks nada menos que en 1922 (se tiene constancia de dos versiones anteriores, de 1912 y 1913, pero cuyas copias son prácticamente inencontrables); y digo "emprendió" porque se trata de un proyecto personal de la por entonces megaestrella, cofundador de United Artists y que produjo con su propio dinero. Y los resultados, teniendo en cuenta los 88 añazos transcurridos, créanme que son de los más espectaculares que he visto para ilustrar las aventuras del Conde de Huntingdon, pues ése era el título que ostentaba nuestro héroe antes de caer presa de las fechorías del Príncipe Juan y su mano derecha, el normando Guy de Gisbourne.
Todos ustedes conocen esta inmortal historia al milímetro; el abandono de Inglaterra por parte del Rey Ricardo, obsesionado con las cruzadas, la conversión de Huntingdon en un heroico proscrito, el singular reclutamiento de los diferentes personajes: el fraile Tuck, Will Scarlett, Little John...; el idílico romance de la dulce Lady Marian Fitzwalter con Robin Hood, que se ha abordado de muy diferentes maneras, por ejemplo, aquí ya se conocían, mientras que en versiones posteriores su encuentro es fruto de un encontronazo. Me interesa, por ejemplo, el relevante papel del Rey Ricardo, algo inusual, que es mostrado como un tipo bastante bruto y de pocas luces, mientras que el Príncipe Juan luce más sanguinario y sibilino que en otras ocasiones. Hay abundantes momentos para el lucimiento atlético de Fairbanks, que siempre fue mejor saltimbanqui que actor, y una estupenda caracterización de todos y cada uno de los personajes; así como muy reseñable es el impresionante trabajo de producción, con unos castillos desde luego más creíbles que los que he visto en films más modernos, y espectaculares secuencias de batallas, con una ingente cantidad de extras entre flechazos y espadazos. En suma, un más que digno entretenimiento de la época, que yo coloco en la balanza entre las mejores versiones que he visto y que merece la pena ser revisado para comprobar de primera mano que nadie ha inventado nada. Y mañana más...
Saludos proscritos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Solamente con ver el fotograma que has puesto en este post cualquier desdichado que no haya visto esta gran peli debería correr a remeridarlo cuanto antes.
Y es una grandísima olvidada, como la gran parte del cine mudo. Y, ojo, que le pregunten a Ridley Scott en qué versión basó la suya... Ahí, ahí...
Publicar un comentario