jueves, 2 de diciembre de 2010
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Considerada por multitud de críticos como la mejor película de lo que llevamos de siglo (aunque la estadística nos indique que fue realizada en el anterior), YI YI, la obra póstuma de Edward Yang es un complejo entramado de casi tres horas que pretende un imposible: el sueño proustiano del absoluto narrativo. Casi lo consigue; no se puede conseguir. Pero YI YI (traducido, "uno a uno") es una obra maestra; sobre todo lo es por su honestidad, rasgo en el que radica gran parte de su poderoso mensaje, un mensaje que fluctúa entre la imposibilidad que tenemos los seres humanos para controlar nuestro destino, nuestras vidas y, por supuesto, la de los demás ¿Cómo narrar coralmente trozos de vida sin que aparezca la exageración, la grandilocuencia o el deshilvanamiento? Hemos asistido a este tipo de películas de la mano de Robert Altman, sobre todo, o Paul Thomas Anderson, con desigual fortuna y cierta querencia por la acumulación, cosa que no ocurre en la delicada, respetuosa, pero también enérgica y contundente cinta del taiwanés. YI YI transcurre a partir de las miradas, sabiendo que "lo mismo" no es igual dependiendo del punto de vista; hay un esbozo de personaje central, el empresario que se aferra a los valores más básicos contra la especulación más desalmada, pero no seríamos justos, porque la misma importancia cobra la hija adolescente en mitad de un malentendido amoroso o el pequeño que transmuta su timidez en unas sorprendentes aptitudes artísticas. La anciana en el lecho de muerte a la que hay que hablar constantemente; el cuñado despilfarrador y patoso que no encuentra sentido en su nuevo matrimonio; el socio japonés que terminará por abrir su alma antes que sus acciones... YI YI no es una colección de microhistorias amalgamadas, sino un ingenioso mecanismo por el que, con toda tranquilidad, transcurre un pedacito de vida ante nuestros ojos, durante tres horas que no queremos que acaben nunca.
Francamente, no sé si hablamos de la mejor película del siglo XXI, es demasiado aventurar, pero estamos ante una cumbre, que no se repetirá por la repentina muerte de Yang hace tres años, pero que traza un camino ético (sobre todo ético) acerca de qué utilidad vamos a buscarle al audiovisual de aquí en adelante. Imprescindible.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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