viernes, 13 de febrero de 2009

El espectáculo de la Historia

O la Historia entendida como espectáculo, puesta al servicio de los intereses y cánones de Hollywood como forma (idealizada) de representar al hombre y al mundo.
Ésa sería, más o menos, la razón filosófica sobre la que giraría el extinto mundo de las superproducciones; amén, claro está, del prosáico arte de amasar dinero. Pero sobre todo me interesa el desparpajo con el que se movían aquellas gigantescas masas de personas en pos de un fin común: el acabado de la obra. Casi arquitectura, casi polifonía, casi dictadura, casi epopeya en sí misma. Luego, cuando asistimos al visionado de una superproducción, ya con el frío de la distancia, un ramalazo de soberbia nos recorre. Somos testigos (una vez más) de una parte grande de la Historia del cine.
Y no he encontrado mejor ejemplo que BEN-HUR para ilustrar esta breve reflexión. Las hay de mayor rigor histórico, de acción más trepidante, de mejores interpretaciones, incluso de mayor presupuesto, pero hay algo en BEN-HUR que hace que nos traguemos sus cuatro horas una y otra vez de una sentada, admirándola y envidiándola. Podría ser esa intensísima historia de amor-odio entre Charlton Heston y Stephen Boyd, de inequívocos tintes homosexuales. Podría ser la maestría de William Wyler para dotar de sentido a un film que se mueve con agilidad del intimismo a lo colosal sin perder interés en ningún momento. Podría ser la seriedad con que se toma a sí misma una historia que bebe directamente de un fondo de fe religiosa y que no chirría ni siquiera ante un espectador ateo y desencantado. Ni siquiera eso. O podría ser el hecho de contener una de las escenas mejor rodadas de todos los tiempos: Por supuesto, la carrera de cuádrigas. He visto esa escena cientos de veces, he rebobinado y la he vuelto a ver... ¡cine en estado puro! Ni todos los efectos digitales ultraavanzados del mundo pueden igualar el feroz rugido del público en las gradas cuando un carro tirado por cuatro caballos SALTA por encima de una cuádriga volcada... ¿Cómo se iguala eso? ¿ese instante decisivo y casi mágico que Wyler capta con su cámara? No se puede. Efectivamente, ese cine ha muerto... para bien y para mal.
Saludos espectaculares.

2 comentarios:

Capri c'est fini dijo...

Este tipo de películas es que ya está fuera de toda crítica como los monumentos que llevan toda la vida en una ciudad... a nadie se le ocurriría cargar contra ellos. Me hace mucha gracia esta época del cine en que las superproducciones históricas fueron una mina de oro. Ahora a nadie se le ocurriría hacer un Ben-Hur o un Quo Vadis, con la épica y la grandilocuencia de antaño. Saludos.

dvd dijo...

Bueno, a Ridley Scott se le ocurrió la genial idea de fotocopiar THE FALL OF THE ROMAN EMPIRE, sólo que sin Sophia Loren y con el público del Coliseo digitalizado... una birria, vamos...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!