miércoles, 12 de noviembre de 2008

El pensamiento que brota

Otra vez me veo en la obligación de comentar una película indisolublemente de la obra literaria que la precedió. No con ánimo de comparación, ni mucho menos; como tampoco esa fútil manía actual de cierta crítica que, sin haber leído el libro, trata de extraer no pocos sinsentidos del film, como si se tratara de lo mismo y sin tener en cuenta la (precedente) crítica literaria.
Antes de todo eso, me gustaría recomendar el libro de Günter Grass y la película de Volker Schlöndorff; por separado, a ser posible. A estas alturas huelga decir que hablamos de la obra más famosa de ambos, DIE BLECHTROMMEL. Por ejemplo, en el libro abundan las imágenes pretendidamente descriptivas, líricas y corales, con las que Grass realiza un exhaustivo esfuerzo por introducirnos en el mundo de su propia infancia como si realmente estuviésemos allí. En el film, Oskar, el niño que se niega con aire insultante a crecer, lo abarca todo. La película empieza y acaba con, por y para Oskar Matzerath, un ser que no puede existir como tal, aunque le sirve a Grass/Schlöndorff para, sin denunciar nada, revolver las hipócritas conciencias de quienes se apuntan a los carros más diversos, según el viento que sople.
Schlöndorff, por su parte fílmica, utiliza el impactante físico de David Bennent (búsquenle en la maravillosa LEGEND) como cartel anunciador de ese tono como de "realismo mágico", pese a que yo lo llamaría "magia realista", lo que puede resultar cargante y pesadete cuando a la hora y media el niño sigue aporreando el susodicho tambor y chillando como si tal cosa. Es por ello que sigo prefiriendo ese comienzo de la novela debajo de las faldas maternas, de donde Oskar nunca saldrá, de donde los grandes asesinos de la historia fueron obligados a salir para nunca volver a ser los mismos. Oskar nos lo explica en la novela y yo le creo; Oskar sigue chillando en la película casi ya al final y con tanto ruido, sin un Fellini ejerciendo de director de orquesta, la historia pierde fuerza en pantalla y se suma, por tanto, a las celebradas adaptaciones que tuvieron lugar por aquella época en el viejo continente, pero que poco o nada aportaban al original... ¿de qué me suena esto...?
Redoble y saludo...

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!