viernes, 25 de abril de 2008

Sólo la cultura podrá salvarnos

Me niego a defender causas como si constantemente tuviésemos que estar evaluándolo todo. Porque, en ese caso ¿sería justo que nos colocaran también a nosotros de cero a cinco estrellitas según lo buen ser humano que demostremos ser?
Me refiero a los aventajados (mejor ventajistas) que, al ser absolutamente planos en su concepción del cine, miden a éste como si tuvieran que votarle en unas elecciones, es decir: ¡por su supuesta ideología!
Me permito recordarles, por lo tanto, que algunas de las imágenes más fascinantes en toda la historia del cine pertenecen, por ejemplo, a los retratos propagandísticos que Hitler encargó a una tal Leni Riefenstahl; pero claro, lo más sencillo sería politizarlo absolutamente todo, negar que la cultura es mucho más que un impass que los dirigentes permiten al pueblo para solaz de la indigencia militante.
Aleksander Sokurov propone en EL ARCA RUSA la redención mediante el arte, no sólo por las obras expuestas en el Hermitage, que también, sino por una curiosa paradoja: ¿no es cierto que cuanto mayores han sido las diferencias sociales, mayor relevancia ha tenido la cultura?
La cultura no como objeto de consumo sino de comprensión profunda y, posteriormente, adoración. En este siglo (y por supuesto el anterior) hemos creado una grotesca atalaya desde la que, cual Sauron diagnosticador, poder verlo todo, criticarlo todo, comprenderlo todo. Imposible. Jamás desde la inmovilidad se ha podido llegar a la comprensión. Es un concepto viciado desde el principio.
Sinceramente, en el primer visionado de esta película, es cierto que el plano de 95 minutos que la compone me dejó literalmente sin respiración, pero no es menos verdad que en una NECESARIA posterior revisión, más calma y reflexiva, la idea básica que Sokurov pretende mostrar es el rechazo a la mercantilización del arte y la desesperada búsqueda del mismo como única tabla de salvación.
Termino esta modesta reseña indéfila invitando a la comparación, también para poder entender por qué es ésta una magnífica película, entre el arrollador baile final (con cientos de personas vestidas de época danzando y la cámara con ellos) y la última secuencia de MADRE E HIJO, paradigma de la morosidad de efectos y la austeridad de composición.
Entérense, sabelotodos, sí, son del mismo director.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!