domingo, 27 de abril de 2008

El bucle infinito

Miren esta foto. Es un gesto cotidiano, lo hacemos todos los días. Gestos como éste no suelen abundar en la ensimismada industria hollywoodiense; los gestos, las poses, son adecuadas al servicio de una sola causa: entretener. Y es esta negativa a hacer aparecer a los seres humanos como tales lo que ha contribuido enormemente a la progresiva caricaturización de personajes en el cine comercial americano.
Afortunadamente, hay casos excepcionales en los que un director asume su AUTORÏA y avanza abnegadamente hacia la madurez compositiva.
David Fincher tiene todas las papeletas para lavarle la cara al anquilosado parecer de las majors y, de paso, experimentar su propio crecimiento artístico, que no tiene nada de improvisado ni aleatorio. Fincher ha ido urdiendo una trama semejante a la que gusta de presentar en sus películas. Primero la presentación, espectacular al tiempo que comedida (extraño para un norteamericano). Después el mapa de la trama, recóndita, sesgada, quizá con una excesiva tendencia al despiste, pero con un indudable gusto por los detalles; el personaje no sabe, tiene que investigar, se hace humano a los ojos del espectador, harto de ver clones insultantemente autosuficientes. Finalmente el desenlace, lo que le ha hecho un hueco entre los grandes contemporáneos por su incontestable maestría en el arte de la paciencia. Un hito: conseguir que Brad Pitt sufra ante la cámara y que sea creíble.
Mucho de todo esto tiene ZODIAC, su último trabajo hasta la fecha, y mucho más, mucha más envergadura a la hora de acometer los temas definitivos para dotar de credibilidad una historia que, de no ser por esa inusitada madurez, se podría contar enterita en una columna del dominical.
Fincher podía haberse quedado (por enésima vez) con la típica y archirepetida fábula moderna sobre el atormentado asesino en serie, con sus típicas motivaciones de majara incomprendido etc... Pero no, haciendo honor, como dije antes, a su complicado modo de entender las cosas, riza el rizo de tal manera que incluso le cambia el género a la película y (probablemente sin saberlo) crea uno nuevo: el film de metadiscurso inducido. Toma ya!
Los personajes destruyen la idea original y van adueñándose de la misma mediante un proceso que en teoría es sencillísimo pero que a nadie, según parece, le interesa en este mercado de fruslerías. La cosa esa de la humanidad con la que abríamos. No unos atributos bien diferenciales, que resalten las virtudes y defectos, sino virtudes y defectos reales, que son incluso capaces de dañar el "buen" ritmo de la película para ser, en definitiva, un discurso vital coherente, clarificador.
El director-filósofo parece decirse: "Si no se puede no se puede. Quizá otros sí puedan, pero por qué darles paso precisamente aquí si desde el principio elegí qué cartas jugar".
No sé, es posible. El problema consiste en que aunque se siempre se puedan barajar las cartas, ninguna va a cambiar su faz original.
Saludos infinitamente indéfilos...














No hay comentarios:

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!