jueves, 26 de noviembre de 2009

Happy meal

Porque aún es joven, pero está claro que Richard Linklater va camino de convertirse en uno de esos directores ultraprolíficos; dato éste que guarda otro más subjetivo, y es que la calidad de sus películas oscila entre lo interesante y lo apático, puede que nunca desfasando demasiado, puede que nunca despuntando de una forma inapelable. Y puede que Linklater jamás gane un oscar (tampoco creo que lo busque con insistencia) porque aún se mantienen constantes en su cine que le deja un significativo margen de maniobra. Ya he hablado aquí de varias películas suyas, y hoy, después de toda esta monserga pseudoinformativa, voy con una de las menos carismáticas y/o afortunadas.
Y es que, aunque cargada de buenas intenciones, FAST FOOD NATION pasó sin pena ni gloria por pantallas grandes y pequeñas. La cosa empieza bien, aunque algo difusa. Linklater quiere hablar de la comida rápida (única y verdadera religión estadounidense) y lo hace situando su cámara en el epicentro del torbellino: la directiva de una importante cadena de hamburgueserías donde surge el dilema de investigar por qué se ha descubierto que gran parte de su producción está contaminada. Y aquí está el problema. A Linklater no le salvan las buenas intenciones porque prescinde de la arremetida furibunda y decide esparcir el relato en todas direcciones; claro que esto siempre es relativo y ambiguo, pues se trata de un film basado en un libro. Aun con grandes acierto y, sobre todo, magníficas interpretaciones, especialmente las de Catalina Sandino y Wilmer Valderrama, FAST FOOD NATION se va tornando voluble a medida que debe dar respuesta a la infinidad de preguntas que ella misma suscita. Así, pasamos en un santiamén de un grupo de espaldas mojadas que intenta cruzar la frontera a unos adolescentes que juegan a ser activistas, del directivo desengañado a la manoseada escena del chico que escupe en las hamburguesas o del encargado pulcro y trepa. Se cuentan muchísimas cosas, quizá demasiadas, pero falta el pegamento, falta una idea lo bastante sólida para que no acabemos abatidos, sin saber muy bien a qué carta está jugando un director cuyo principal problema suele ser ese: una inexplicable timidez para remachar contundentemente una serie de ideas que, desafortunadamente, no pasan de atractivo esbozo. Aun así, no es una película tan mala como para no echarle un vistazo.
Saludos con ketchup... aunque me gusta más la mayonesa.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!