viernes, 30 de diciembre de 2011
Teorías conjugadas sobre la relatividad
Se acaba el año, lo que pienso aprovechar para desapegarme aún más de unas fiestas que ni comprendo, ni comparto, así que me parece mejor canalizar estos turbios deseos en forma de películas que realmente sí me han conmovido y hasta, en el mejor de los casos, sorprendido. Es el caso de SLACKER, en mi opinión lo mejor que ha rodado el prolífico y muy de actualidad Richard Linklater. Segundo largometraje, SLACKER corrige y aumenta lo apuntado tres años antes en la seminal IT'S IMPOSSIBLE TO LEARN TO PLOW BY READING BOOKS, y da una lección de frescura e inventiva a la inagotable camada de lo que, con los años, devino en una sospechosa burbujita llamada mumblecore. Primero porque Linklater sí que tiene un montón de cosas que contar, después porque la habilidad consiste en hacernos creer que la cámara realmente sobrevuela una ciudad cualquiera (en este caso, Austin. TX.) para detenerse caprichosamente en la infinita sucesión de conversaciones que se producen un día cualquiera y sin que necesariamente deban tener una conexión entre ellas. Lo maravilloso de SLACKER es su "armadura", el traje que viste y con el que Linklater apacigua el verdadero y turbulento mensaje, latente tras esa revolución inacabable que es la comunicación entre las personas. Más allá de la mera anécdota, de los chistes privados y (de ningún modo) cierto cancionero popular que suele ajar lo que ha de pasar por novedoso. Revolución sí, pero absolutamente privada y a su modo llena de melancolía por un futuro estancado en el presente; se repiten las mismas constantes, la gente le cuenta sus historias a otra gente que entrará en contacto con más gente, las historias mutarán y se convertirán en otra cosa, y lo que amamos como "original" o "copia perfecta" no es más que el juguete oral de todas las situaciones en las que nos hemos ido desenvolviendo a lo largo de nuestra vida. Richard Linklater es consciente de que no se puede abarcar un absoluto, así que prefiere el discurso directo y sin ambages, lo que Woody Allen o Cassavetes entendían (cada uno a su manera) como una sucesión lógica de acontecimientos, aquí, además, envuelto en la cercanía de una cotidianidad en la que nos podemos reconocer al tiempo que disfrutamos de una prosa ágil y nada autocomplaciente. Y, sí, ya sé que no les he descrito ni uno solo de los múltiples parlamentos visuales de esta magnífica película (yo no me atrevería a llamarlos sketches), pero es que la gracia y el placer está precisamente en ver la película, anegarse de ella y luego salir a la calle... y contárselo a alguien...
Saludos de tú a tú.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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