lunes, 2 de marzo de 2020

Esbirros de esclavos



Partiendo del mito bíblico de la gran bestia creada por dios, y que se volvió en su contra en lugar de proteger a los seres humanos, el documentalista Zhao Liang nos introduce, sin medias tintas, en el corazón de otro inmenso monstruo: las minas de hierro de la Mongolia interior. BEHEMOTH se detiene en el infernal proceso de extracción y reconversión, y lo yuxtapone a los cuerpos derrotados, enfermos, de los mineros, en un terrible viaje sensorial que nunca excluye las consecuencias físicas. Rodeados de vapores venenosos, los mineros no pueden escapar a una miseria tan arraigada, que sólo puede acabar con la muerte. Sólo cabe reprocharle que lo mostrado es tan rotundo, tan incontestable, que no hubiese necesitado de ningún agregado veladamente poético, como el que subrayan las palabras del propio Zhao Liang, mientras segmenta la pantalla formalmente, como en un sueño, cuando es la realidad la única pesadilla. Esclarecedores son , también, los últimos minutos del film, a modo de devastadora coda, en la que vemos el resultado de la descomunal producción minera. Por un lado, los trabajadores enfermos, prácticamente moribundos, que son ignorados por su propio país. Por el otro, el verdadero interés de ese país: construir cientos de miles de viviendas que quedan sin habitar para siempre. Entre esos inabarcables edificios, un hombre recoge papeles de avenidas vacías, porque como se nos recuerda, el paraíso, sobre todo, debe estar limpio...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!