lunes, 17 de junio de 2019

Realmente podridos



El otro día nos dejaba Franco Zeffirelli, uno de esos directores "de toda la vida", al que reconozco que siempre me ha dejado sin frío ni calor. Sus películas, casi siempre, han sido "eficaces", signifique ello lo que signifique; grandes buques repletos de avales, nombres, jugando sobre seguro en manos ganadoras, arriesgando lo mínimo. Zeffirelli no fue un director prolífico, y aunque sus películas funcionaban bien en taquilla, la crítica normalmente le dejaba fuera de sus preferencias, como uno de esos directores más pendientes de las cifras que de las letras, lo que le granjeó una cierta fama de "vendido al sistema". No seré yo quien vaya por ahí, porque nunca lo he hecho con ningún director, y aunque ya digo que su cine nunca me ha resultado del todo satisfactorio, reconozco que algunas cosas las hizo muy bien, como sus adaptaciones de Shakespeare, a las que tan afecto fue durante toda su vida. Y hay alguna muy famosa, pero yo me voy a quedar con el HAMLET que realizó en 1990. Clásico, riguroso, minucioso y fiel al texto original casi con auténtica devoción, Zeffirelli hizo un HAMLET duro, seco, áspero, que no se avergüenza de ser lo que es, y que no se sale un milímetro de lo que su autor ponía de manifiesto, principalmente el hedor de la corrupción en una corte marcada por el anhelo de poder a cualquier precio, y que se polariza en torno a la esquiva y ambigua personalidad del príncipe danés, una mezcla entre virtuoso e imbécil, o quizás un fundamentalista que cree ser un clarividente. Lo cierto es que esa corte danesa tenía de todo, y todo malo. Envidias, asesinatos, espionaje, incesto... Verdaderamente olía a podrido, y Zeffirelli se centra en la magnitud de este clima ponzoñoso, con un reparto de altura (Mel Gibson, Glenn Close, Alan Bates, Ian Holm, Helena Bonham Carter, Paul Scofield), una poderosa partitura a cargo de Ennio Morricone y una tenebrosa aunque límpida fotografía de David Watkin. Una película a la que no hice nada de caso en el momento de su estreno, pero que vista tres décadas después tiene su "aquél". Es cine clásico, del de toda la vida, evidentemente teatralizado, pero con una intensidad dramática muy superior a, por ejemplo, la adaptación que poco después hizo Kenneth Branagh.
Quién sabe, puede que me ponga tardíamente con Zeffirelli...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!