sábado, 12 de mayo de 2018

Un estofado a medio hacer



GRAVE pasó por Cannes causando tanta sensación como controversia. Poco acostumbrado al cine de género, el festival otorgó el Fipresci a una cinta que, por otra parte, mantiene una descomunal lucha por no caer en las trampas del cine de terror, aunque su discurso filosófico parece, en último término, bastante menos elaborada, y apenas resiste una revisión más exigente. Más centrada en el remarque de un submundo oculto, que se refugia tras el impacto de una amalgama de imágenes inquietantemente requetediseñadas, su narrativa opta por el esquinazo sensorial, ya que se nos implica en un hilo iniciático para despeñarnos por otro, mucho más excesivo, visceral y finalmente previsible. En pocas palabras, se trata de la llegada de una joven a una prestigiosa escuela de veterinaria (aunque aquello semeje más un cachondeo digno de "Los Albóndigas"), donde ya ingresó su hermana mayor, que está terminando sus estudios. Un suceso aparentemente banal desencadenará una serie de acontecimientos tremebundos (que prefiero no desvelar), pero que están vinculados con el vegetarianismo radical profesado por la familia de la chica, que pasa de no comer jamás carne a tener una extrema necesidad de consumirla, y además cruda. Es cierto que Ducournau arregla el desaguisado muy al final, cuando todo parece habérsele ido de las manos, pero a su dirección se le echa de menos algo más de concisión y menos golpes de efecto, además de esa sensación que acompaña a gran parte del cine de género reciente, que es la extraña necesidad de explicarlo todo consecuentemente, cayendo en un naturalismo que a veces aporta pocos alicientes. Aun así, adelanta a una realizadora interesante en lo visual y que debería pensarse trabajar con algún guion ajeno.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!