sábado, 23 de septiembre de 2017

Adiós, muchacho



DEPARTURE es una pequeña película, con vocación de pieza de cámara, que comete una serie de fallos irreparables, que le cuestan gran parte de su coherencia narrativa y la dejan como uno de esos standards que se olvidan casi con agrado. No me cabe duda de que el debutante Andrew Steggall ha leído a Rimbaud y tuvo un flechazo con aquel Terence Stamp pasoliniano, pero media un mundo entre el rabioso romanticismo detonado por el poeta de las Ardenas y la bobalicona apertura sentimental del protagonista (Alex Lawther, sin embargo lo único salvable de la función), un improbable aspirante a escritor adolescente, cuya homosexualidad emerge en el recóndito rincón del sur de Francia, donde acompaña a su madre para recoger sus pertenencias de la casa que están a punto de vender. El punto de fuga lo compone un joven parisino que ha sido enviado allí mientras su madre agoniza en un hospital, y del que ambos, madre e hijo, suponemos que caen enamorados. Suponemos, porque lo del chaval puede ser comprensible, pero lo de la madre está tan metido con calzador que hubiese necesitado de una audacia mayor por parte del director y guionista. En definitiva, un film correcto, poco ambicioso, con algunas notas de fotografía interesantes pero que nadie en su sano juicio podría comparar con esa obra maestra llamada TEOREMA.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!