jueves, 7 de mayo de 2015

Vela a punto de consumirse



En 1992, cuando filmó O DIA DO DESESPERO, Manoel de Oliveira tenía 84 años. Desconozco si alguna crítica de la época llegó a confundir el tono fúnebre y apagado de esta pequeña pero intensa obra con el posible finiquitado del director portugués. Razones no hubiesen faltado, por uno u otro motivo, pero Oliveira estuvo filmando hasta este mismo año, así que no cabe deducir ninguna epístola de despedida en el amargo y descentrado film que nos ocupa, más bien un último gesto de atención hacia un escritor a quién admiró y respetó durante toda su vida: Camilo Castelo Branco. Esta película lo hace con una imaginación fuera de toda duda y que casi parece más cerca de las letras que de la imagen filmada. Baste rescatar los diez minutos de apertura y cierre, con la única imagen recurrente de la rueda del carruaje que primero lleva y luego devuelve al escritor, mientras escuchamos su voz deshilvanando lo que contiene la desesperada carta que envió al Rey, con la ilusa idea de obtener no sólo su perdón, sino cierta solvencia económica para su hijo, deficiente mental. Esto se comprende por el azaroso final que tuvo su vida, ya que abandonó a su familia y escapó junto a Ana Plácido, una mujer acomodada, que también lo perdió todo por estar junto al escritor. Oliveira no nos escatima ni un detalle, e incluso hace hablar a sus actores principales, para que sean ellos mismos quienes introduzcan a sus personajes y nos hagan entender mejor esta tormentosa (y en absoluto idealizada) relación. Una película que no podía cerrarse de ninguna otra manera que no fuese con la imagen del panteón donde los restos de Castelo Branco descansan. Entonces, todas las luces se consumen, todas las velas se apagan, y el escritor debe dejar la pluma...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!