jueves, 6 de febrero de 2014

Retrato(s) de un(os) perdedor(es)



Con un rápido repaso, he reparado en que es Philip Seymour Hoffman uno de los actores "de última generación" de los que más y, sobre todo, mejor he hablado en estas páginas. A mí me parece un actor colosal, que parecía salido de un film de Richard Brooks (ahí está, si no, su formidable aportación al "último" Lumet) , pero que se llevaba de maravilla con contemporáneos tan indetectables entre sí como Thomas Anderson, Kaufman o el último ramalazo de genio de Spike Lee. Se ha muerto, y muy pronto. Y ha dejado un vacío en el cine norteamericano que va a ser difícil de rellenar; a mí, a bote pronto, no me sale ningún actor capaz, como él, de aunar el carácter de Laughton, la fuerza de Lorre o la versatilidad de Stewart. Palabras muy mayores para un señor, un actor, que va a merecer todos los reconocimientos que se le hagan.
Y, sí, pese a su extenso currículum, es cierto que aquí lo hemos nombrado frecuentemente; sin embargo, Seymour Hoffman se atrevió hace unos cuatro años con la dirección, y con resultados nada desestimables. En JACK GOES BOATING dirigía la obra teatral de Bob Glaudini, adaptada por él mismo, que ya había interpretado en teatro y en la que, si nos fijamos bien, hay un intento maravilloso de humanización y cercanía por parte de un actor casi "obligado" a desprenderse constantemente de su propia piel. Se trata de la emotiva historia de un tipo bastante solitario, con un único amigo, que como él conduce limusinas, y que le arreglará una cita con una chica que trabaja con su mujer. Así contada, JACK GOES BOATING parece hasta ramplona, pero haría falta un esfuerzo de comprensión y detalle para un film que bebe mucho y bien de Woody Allen, si es que pudiésemos mezclarlo con la singularidad de los hermanos Coen y, en menor medida, de la intensidad dramática de James Gray. Hoffman no es ninguno de ellos, ni lo pretende; quizá tenía una espina clavada y necesitaba expandir su talento en otras direcciones, y de ahí sale esta áspera y agridulce ¿comedia romántica? sobre alguien dispuesto a aprender a nadar y cocinar sólo para demostrar que también puede querer a alguien. Es en sus tremendos minutos finales cuando al fin detectamos a dónde quería y podía llegar, aunque sólo fuese como respetuosa reverencia de alumno a maestro: efectivamente, Cassavetes...
Se fue un grande. Descanse en paz.
Saludos.





Además, una película que termina con esto revela cuánta sensibilidad contiene.


4 comentarios:

Kinezoe dijo...

Yo me creía todos sus personajes. Es un tipo que no parecía actuar. Lástima que sus "demonios internos" lo arrastraran por una senda tan peligrosa... Una pena, la verdad. Tenía una larguísima carrera por delante.

La música, exquisita.

dvd dijo...

Y murió igual que Bill Evans... qué cosas...

Mister Lombreeze dijo...

Demasiado teatrales para mi gusto.
La peli y el deceso.
Bill Evans pues es que era el jazzista con menos jazz de todos los tiempos. Un grande.

dvd dijo...

A mí me fascina... Evans, digo...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!