martes, 19 de julio de 2011
Una elipsis idónea
Una deriva peligrosa para el cine español puede ser cierto conformismo a la hora de ubicar este nuevo e inesperado "cine del vaciado"; etiquetarlo, catalogarlo y ponerlo directamente al estante, a que coja polvo como todo lo demás. Afortunadamente, cuando no se trata de una mera pose en busca desesperada del tiroteo mezzointelectual, podemos encontrarnos con un director honesto, que conoce cuáles son sus limitaciones y en ningún momento las oculta tras una parrafada inconsecuente. Es el caso de una sorprendente película que he tenido la ocasión de ver recientemente. LA MITAD DE ÓSCAR parece transitar por esas aguas peligrosamente estancadas del "poscine" (etiqueta que me irrita no saben cuánto), sobre todo tras un puñado de imágenes/postales iniciales en las que no es presentado el personaje alrededor del que gravitará esta historia quizá no tan mínima como podamos creer a priori. Óscar es un guardia de seguridad en una salina abandonada en Almería cuya única compañía consiste en las esporádicas visitas del anterior guardia, ya jubilado, con el que comparte fiambreras varias. Su abuelo está en un hospital, enfermo de Alzheimer y a la espera de morir en paz de una vez. Un día, en el hospital le comunican que han avisado a su hermana para que venga; Óscar no sabe nada de ella desde hace más de dos años, pero algo ha cambiado súbitamente en su hierático semblante; una especie de amargura, un recuerdo oculto, un secreto... Contar algo de lo que ocurre en la segunda mitad del film es destrozarlo por completo, así que no lo haré; sólo me gustaría indicar el magnífico uso de la elipsis (un recurso casi inexistente en el pobre cine español) que hace Martín Cuenca en esta desoladora historia de soledades más allá de la razón, lo que la hace ganar enteros a medida que vamos descubriendo (sí, es el espectador quien desentraña el misterio, no el director poniéndolo en bandeja) el porqué del súbito cambio producido en Óscar. Otro punto a favor de Martín Cuenca es haber confiado plenamente en sus actores (algo que ya indicaba Rosales en LA SOLEDAD) y no dejarlo todo en la intuición, que no siempre funciona, de los no-actores. Aquí brillan dos por derecho propio: Verónica Echegui, que impone su etérea presencia ante el agujero negro que supone Óscar, y otra vez Antonio de la Torre, inconmensurable en la mejor escena del film, dentro de un taxi; no hace falta ni que se le vea la cara, simplemente contando una descacharrante historia es capaz de embobar a un espectador que no esperaba dicho golpe de efecto en una historia siempre al borde del aburrimiento y que termina siendo uno de los grandes títulos del año pasado, aunque también haya pasado desapercibida, claro. Vayan a por ella sin dudarlo, luego me cuentan.
Saludos al 50%.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
4 comentarios:
Suena a que promete... A ver si la tienen en Polvos Azules (la Meca del cine, el emporio de los piratas más serios que hayas visto en tu vida. Tendrías que conocer ese sitio un día, se me hace que le agarrarías el gusto...).
Desde aquí, a veces es difícil enterarse de qué pelis europeas nuevas son buenas. Yo desde que me mandé un bodrio italiano de hace unos años le perdí toda la confianza a Eurochannel.
No, no lo he quitado; habrá sido YouTube, que es cosa juguetona... Yo creo que lo que mata el amor no es la rutina, son los tabús... Ahí lo dejo...
El día que vayamos a Lima prométeme, compadre, que a ese sitio me llevas...
Queda prometido. Si es de lo más inédito... vas y te encuentras con unos tipos que venden cine independiente de qué se yo, República Checa, y los más cabrones pareciera que se han hecho un master en la materia. (Y es baratísimo...)
Con una Ava hasta el fin del mundo, queda claro...
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