sábado, 16 de julio de 2011

Mitificación del clasicismo



El primer acercamiento del cine al Barba Azul de Perrault lo hizo Georges Méliès hace exactamente 100 años, en un pequeño cortometraje de apenas diez minutos; le siguió, treintaytantos años después, una maravillosa adaptación en clave cómica dirigida por Ernst Lubitsch y guión nada menos que de un tal Billy Wilder. Varias y muy diferentes han sido las versiones que este siniestro personaje ha conocido hasta nuestros días, pero la que quizá se ha acercado con mayor rigor fue la que el maestro Edgar G. Ulmer realizó en 1944, en la que John Carradine encarnaba a un atormentado titiritero, Gaston Morrell, en el París de finales del XIX. Todo el film gira en torno a su persona, hábilmente velada al principio para revelarse con fuerza en el clímax de esta cinta de tonos descaradamente anticuados, y bien que lo agradecemos los cinéfilos que hemos padecido un aluvión de asesinos en serie decididamente gilipollas, enclaustrados en guiones torpes que necesitan ocultar la identidad del asesino hasta el último momento porque apenas tienen nada que ofrecer por sí mismos. BLUEBEARD desarrolla en poco más de una hora (marca de la casa) la fascinante historia de un mortífero seductor que encandila a cuanta muchacha se le cruza y que apenas puede reprimir sus impulsos criminales, es más, parece estar deseoso de ser descubierto, con la soberbia de los monstruos que se saben genios incomprendidos de su época. Carradine, expositivamente altanero, excesivo como siempre fue, marca un antes y un después en la forma de entender el terror gótico, esto es: con elegancia suma. Y Ulmer, en su gran época creadora, nos regaló esta pieza de cámara que, sin apenas hacer ruido, supone una estupenda mirada al corolario de monstruos fílmicos a los que pedimos incesantemente que vuelvan a aterrorizarnos. Véanla, los clásicos saben mejor en verano...
Saludos levemente azulados.

2 comentarios:

Cap-ta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
dvd dijo...

Tienes toda la razón; que los cuentos infantiles son crueles a más no poder. Esta adaptación es humilde y precisa, como todo el cine de su autor; y pese a alguna sobreactuación se ve tantos años después con agrado cinéfilo...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!