
Francamente, me importa poco quién mató a Kennedy y menos después de tanto tiempo; ¿qué más da? Kennedy fue uno de los presidentes con más frentes bélicos abiertos y, sin embargo, no son pocos los que siguen diciendo que fue el mejor de todos; el más carismático sí, probablemente.
Luego está la película con la que Oliver Stone debía haberse retirado y ahorrarnos la cantidad de peñazos que hemos tenido que soportar desde entonces.
En JFK, todo lo ocupa la obsesión del fiscal Jim Garrison por demostrar que el asesinato de Kennedy en Dallas no fue la solitaria obra de un magnicida, sino que existía una enorme conspiración de ramificaciones incontables. Vale, muy bien, eso demuestra ¿qué? Stone no tuvo ningún empacho en presentar la película a los oscar y obtener hasta un par de premios, por lo que presumimos que se trata de un reflejo artístico de su autor, hiperdramatizado y convenientemente montado ¿o no? El film, como film en sí, es magnífico, de ritmo hipnótico y una solvencia para ir encadenando ideas sin precedentes, pero de ahí a pensar que Stone es un visionario media un mundo. Sobre todo porque ha pasado el tiempo y JFK ha quedado como lo que es: un soberbio entretenimiento de tres horas acerca de la ignominia humana. Aparte, claro está, de contener la única evidencia palpable de que Kevin Costner sabe actuar... que también tiene su mérito.
Saludos conspiradores.