miércoles, 3 de febrero de 2021

Premio a la amargura


 

¿Por qué MANK? ¿Por qué Herman Mankiewicz? ¿Por qué filmar como un scent que ya no se va de la ropa? ¿Por qué nos gusta este tipo de cine? Son demasiadas preguntas para un solo visionado de MANK, el último film de David Fincher, lo que nos daría para otra interminable hilera de preguntas para intentar definir por qué lo que queda es una sensación de "obra impecable", al mismo tiempo que sus más de dos horas se nos quedan cortas, o apresuradas, entre una mezcla de sobreentendidos en "modo bonito" (es Netflix) y algunos momentos de altura cinematográfica soberbia (es Fincher). Más allá del doble homenaje, de la imposible figura de Herman Mankiewicz como ese genio que fue el verdadero motor de CITIZEN KANE, y al guion que dejó escrito Jack Fincher, padre del director. Más allá, digo, de la quijotesca circunstancia de ese guionista repudiado y temido, ese outsider que mordía las manos más poderosas de Hollywood, debería estar su crónica fidedigna, la del lento pero inexorable desmantelamiento de la omnipotencia de los grandes estudios. Fincher acierta en otorgar todo el peso a un Gary Oldman que ha nacido para este tipo de papeles, y que sobresale por encima de un reparto desigual, o mejor dicho, mal aprovechado. MANK intenta desdoblarse todo lo que puede, pero le falta más espacio y más perspectiva, pues la empresa es ambiciosa, y queda en un brillante biopic si lo vemos desde fuera. Desde dentro, y con algún visionado más, se recompone como el borracho que lanza su discurso definitivo, en analogía imposible, para que no se nos escape un solo detalle, puesto que su guion copula con el de la obra maestra de Orson Welles, y nos advierte de que a lo mejor, en el colmo del retorcimiento argumental, no era Hearst, sino él mismo...
Saludos.

No hay comentarios:

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!