miércoles, 6 de mayo de 2020

Una magdalena seca



Debió ser divertido, querer apresar al viejo cerdo, caer en su eterna trampa, hacerte creer que está chupado adaptarlo, ver por sus ojos, y eso es imposible. Henry Miller siempre ha sido un escritor endiablado, aparentemente mundano, hasta zafio, pero imbuido de los grandes sacramentales; y hay que dejarlo tranquilo, observarlo pero sin menearlo, y por eso hay tan pocas adaptaciones suyas que de verdad merezcan la pena. No es una excepción JOURS TRANQUILLES À CLICHY, que ya conoció otra, algo mejor (por sucia y menos rebuscada), 20 años antes, en el 70. Aquí, Chabrol vuelve a filmar a hipidos, como por encargo, y se distrae en el cartón piedra, se queda como enganchado en la apariencia inicial del sueño, y no se da cuenta de que Miller trascendía lo real, o lo ensuciaba para embellecerlo, porque no es lo mismo alardear desde la experiencia que pintar o escribir, que es puro alardeo. La película se vendió como erótica, un pequeño escándalo, cuando todo ello era perfectamente consciente y cotidiano en aquel París de aquel tiempo, entre las dos guerras.
Debió ser divertido. Ya no lo será nunca más.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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