viernes, 12 de octubre de 2012

Ozu en Viernes #25



Los ecos de TOKYO MONOGATARI persisten una vez se ha visto la gran obra maestra de Yasujiro Ozu; y ese es su rasgo más identificativo, que su poderoso y sabio mensaje no se ha extinguido con el tiempo. No es lo mismo ver esta emocionante película aislada del resto de la filmografía de Ozu que hacerlo habiendo seguido una trayectoria que se remontaba a más de treinta años antes. La diferencia es poder constatar el gran trabajo de depuración que Ozu consigue sin moverse ni un milímetro de sus férreas líneas maestras. Los mismos personajes de siempre, en los mismos escenarios de siempre y con sus mismas preocupaciones; el gusto por el encuadre, las mismas tres escenas de corte simbólico antes de dar paso a los personajes... Lo difícil es, en este caso, tener la sensación de que todo esto queda sublimado; que Ozu no hizo películas, sino un inacabable estudio acerca de la condición humana, quizá en espera de hallar un poco de luz en mitad de la confusión. La historia de los dos ancianos que emprenden viaje para ver a sus hijos es emocionante, no hay que negarlo; igualmente, Ozu remarca sin apuro las repugnantes conductas de los hijos, emancipados, independientes, sin interés por "esas vidas que ya han pasado". La lectura filosófica da tanta importancia a quien empieza a vivir como a quien atisba su fin cercano; no es casual, por tanto, la luminosa inclusión de Noriko (la tercera en films de Ozu), que esta vez es la nuera trágicamente viuda, y que parece la única, si obviamos a la hija pequeña, que aún vive con los ancianos, capaz de entender ese sentido vital por el que el respeto a los mayores debe ser sagrado, intocable. Así, Ozu filma sin prisas todo el periplo (el tren, la ciudad, el "dulce destierro" al hotel costero, la vuelta obligada, el trágico desenlace), con un pulso sencillamente magistral, sin condescendencia ni morriña; y el tenue arrebato de furia/sinceridad del final por parte de la hija pequeña, que hasta entonces no había tenido mucho peso en la historia, viene a corroborar ese cariño "paternal" del director por sus personajes, a los que siempre les tiene reservada una oportunidad en consonancia a lo que se está contando. TOKYO MONOGATARI es una lección de vida, pero sobre todo lo es de cine, de un cine hecho con el corazón y una intuición que tiene poco de improvisada. E insisto: bucear en la extensa filmografía de Yaujiro Ozu es, también, una lección aprendida acerca de esto tan complicado que es vivir...
Y si quieren, lo digo: una de las mejores películas de todos los tiempos. Imprescindible.
Saludos.

3 comentarios:

Jon Alonso dijo...

A masterpiece, friend. Impresionante...

dvd dijo...

Kore-eda, Edward Yang, Suwa... Uno se explica muchas cosas después de ver esta película...

Mister Lombreeze dijo...

Será la condición humana japonesa, no?
Dejad paso al mañana es anterior y es mejor. Te lo digo yo.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!