martes, 14 de junio de 2011

El dolor



Se hacía necesaria una película como ELISA K, una película dura, valiente, arriesgada en fondo y en forma, que no elude la búsqueda de nuevos métodos de lenguaje narrativo ni la claridad del mensaje, que no tiene miedo de sus propios errores, de sus defectos; una película que se pone al servicio de la historia que quiere contar y ofrece, en poco más de una hora, un denso y oscurísimo descenso a los infiernos cotidianos, que normalmente suelen quedar enterrados menos para la persona que sufre ese infierno. En este caso, el infierno consta de dos partes. La primera es en blanco y negro y está contada en tercera persona, cuando Elisa es una niña de apenas 10 años y un día como otro cualquiera va a visitar junto a sus hermanos a su padre, que vive en Barcelona y está separado de su madre, con la que conviven los niños en una casa de las afueras. Se trata (al menos así se cuenta, con metronómica frialdad) de una especie de rito periódico; el padre llama a un amigo, que también tiene una niña, van todos al parque del Tibidabo, se montan en las atracciones, van a un restaurante a comer, toman café, los dos amigos se toman unas copas y luego los niños vuelven en tren a la casa materna. Ese día, Elisa, de un poco menos de 11 años, es violada por el amigo del padre, pero nadie va a enterarse. La dificultad de conjugar ese momento crucial, imprescindible para entender qué nos quiere hacer ver ELISA K sin que veamos absolutamente nada, es lo que dota de una entidad poderosa a este aparentemente pequeño film basado en un pequeño libro de la escritora Lolita Bosch. Hay una ruptura, un lapsus como un océano, y Elisa es ya una mujer de 24 años que se ha ido al extranjero a terminar la carrera, donde comparte un piso con una amiga. Este segmento, en color, nos muestra a Elisa recordando, tomando conciencia de lo que ocurrió 14 años atrás, su rostro nos lo muestra, sus movimientos son imprecisos, rompe a llorar; tendrá una terrible crisis nerviosa de corte casi esquizofrénico. Es como si toda una corte de terroríficos fantasmas se hubiese presentado ante ella de repente, sin avisar. En estos dos bloques tan diferentes entre sí, la colaboración entre los dos directores se hace imprescindible; la película cabalga por un sendero peligroso casi todo el tiempo, bordea el dogmatismo, la demagogia, el panfleto militante, pero no hay nada de eso; con habilidad inusual en nuestro cine, Cadena y Colell han realizado un estremecedor retrato íntimo del dolor que queda agarrado como un parásito, hasta que un día le da por soltarse, y entonces...
Si tienen oportunidad de verla háganlo.
Saludos imposibles de olvidar.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!