Uno podría pensar que ver al gran Chiquito de la Calzada en el Oeste tenía su guasa, o que caracterizarlo de vampiro que cuenta chistes ya era el novamás de la bizarrada. "Nonsense", porque hubo una mente preclara, que a mediados de los sesenta vislumbró la posibilidad de llevar al vampiro por antonomasia al far west, que es una protoforma del "sujétame el cubata, que es de pueblo". Ahí va eso, BILLY THE KID vs. DRACULA se abre con un curradísimo murciélago de trapo suspendido sobre las cabezas de tres colonos incautos, que duermen plácidamente sin sospechar que el conde Dracula, por motivos que no vienen al caso, ha llegado a la soleada California de finales del XIX, con el firme propósito de, por este orden, hacer como que vuela, chillar como puerta vieja, poner ojos de hipnotizador sin colirio, aprovecharse de los caídos tras un ataque indio, de nuevo ojos de cabra ahorcada cuando ve el retrato de cualquier fémina y dar unos mordiscos muy raros que dejan cuatro orificios. Menos mal que por allí pasaba Billy "el niño", aunque esta versión sea un planchabragas de manual, que parece salido de los escolapios o del "Pet Sounds". Por lo tanto, ya sabemos la inspiración para nuestro Chiquito en sus performances más sonadas, porque todo está ya hecho. Y cuando digo todo, es absolutamente todo.
Una delicia para los degustadores de surströmming cinematográfico, con un John Carradine intentando no reírse y una escena que yo le llevaría a Íker Jiménez: Dracula sale de detrás de una diligencia, y justo en el encuadre de un ventanuco sale un señor con camisa de manga corta. Yo la intentaría ver aunque sólo sea por estas delicatessens...
Saludos.
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