sábado, 20 de junio de 2015

De mitos inmortales



Es obvio que corran los ríos de tinta tras la muerte de Christopher Lee, a lo mejor uno de los últimos iconos que quedaban de una forma de entender el oficio de actor quizá extinta, pasada de moda o directamente inviable como promoción sistemática de la imagen pública por delante de la dedicación callada. Lee ha sido, además de un gran actor (y escritor... y cantante de ópera...), un ejemplo de sabiduría y eclecticismo al servicio de una extensa e infatigable trayectoria. Y el personaje que mejor le define creo que lo conocemos todos. El Drácula de Lee (sí, creación suya) se desmarcaba por completo del ya acartonado y solemnizante de Lugosi, y dejó boquiabiertos a los aficionados al cine de terror clásico, que veían a una genuina bestia (sobre)humana, mitad flemático mitad fiero, un ser incontrolable y exento de contratos sociales al que apenas le venían a interesar un par de cosas: el dominio sobre la gente (con un poder hipnótico incontestable) y la sed de sangre nocturna. HORROR OF DRACULA (que es el título original con el que comenzó su "franquicia" la productora Hammer en 1958) es casi una pieza de cámara, concebida como un reto al poner en imágenes el texto original de Bram Stoker y revolucionar el concepto que el cine hollywoodense había mantenido sobre los vampiros. Ya desde los míticos títulos iniciales, donde la marcial banda sonora de James Bernard envuelve la amenazante imagen de un águila de piedra, mientras se suceden los motivos góticos en rojo, quedaba claro que Terence Fisher no vendía artefactos innecesarios, sino que iba al centro de la nebulosa; no estaba ni al lado del NOSFERATU de Murnau ni del ya comentado Conde Drácula de Lugosi (como tampoco legó mucho al de Coppola), porque huelgan las motivaciones que no sean estrictamente sobre el reinado del mal, entendido éste como la sinrazón de un déspota, cuya eternidad ya sólo le permite seguir sobreviviendo en las sombras. Después de más de cinco décadas, el DRACULA original de la Hammer sigue suponiendo una experiencia intimidante y un desafío a según qué convenciones morales; ello, sin la inmortal imagen de Christopher Lee, sin sus ojos enloquecidos e inyectados en la misma sangre que le cae a chorros por las comisuras, sin su imponente estatura envuelta en una capa negra, no habría sido lo mismo...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!