martes, 2 de junio de 2015

El ser-vil



Siguiendo con el repaso a Cannes'77, una de las películas más destacables aquel año fue UN BORGHESE PICCOLO PICCOLO, extrañísimo compendio de comedia "a la italiana", intenso drama y una fuerte crítica social tan bien contada que en ningún momento resulta forzada o maniquea. Con mano maestra, Monicelli va saltando de un registro a otro sin que nos demos cuenta, siempre manteniendo ese tono entre suave y cansino, algo desencantado, de su cine, pero con un maestro de ceremonias simplemente magistral. Alberto Sordi se echa a las espaldas el peso de esta plomiza pesadilla desarrollada en una Roma fría y apática, de interminables atascos y discusiones por nimiedades, un marco apocalíptico para el hombre derrotado y servil, que apenas puede dar rienda suelta a sus instintos en efímeros momentos de expansión, como en la brutal escena de apertura, mientras que el resto de su vida es consumida por la rastrera necesidad de quedar siempre bien ante sus superiores. Este hombre debe enchufar a su hijo a toda costa, así, sin medias tintas; para ello no le bastará con arrastrarse y dar la razón a unos personajes tan repulsivos como siniestros, y que le harán comportarse como un esclavo sin voluntad, además se hará masón (como suena) en una antológica escena, tan jocosa como ridícula, pero en cuyo acartonado simbolismo se palpa lo que Monicelli desea mostrar de ese baboseo implícito en la falta de voluntad propia. Cierto que la parte final da un giro absolutamente radical, y la comedia costumbrista, aun con sus tintes negros, vira hacia un terreno inesperado, que roza incluso la psicopatología criminal.
Si no la habían visto, es el momento de descubrir una película, sí, de pequeñas, modestas pretensiones, pero cuyo potente e incómodo discurso alcanza hasta nuestros días, con una actualidad que da un poco de miedo...
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!