sábado, 25 de agosto de 2012

Empezar a volver



A colación de la repentina muerte del director Tony Scott, infinidad de artículos se han derramado a lo largo y ancho del orbe mediático; la mayoría, con un extraño halo de redención, perdón postmortem o qué sé yo, aunque lo cierto es que el "hermanísimo" nunca gozó de una relación cómoda con la crítica, y eso diciéndolo de manera suave. Ahora bien, es probable que casi nadie haya reparado en que el punto de partida de Scott fue diametralmente distinto a todo el concepto de cine-espectáculo que luego desarrolló. Rodada con sólo 27 años, LOVING MEMORY es un extraño mediometraje (apenas una hora) enclavado en una húmeda y lóbrega campiña inglesa; apenas una sinuosa carreterita por la que se desplaza un joven ciclista, ajeno al destino que le espera tras una curva. Un coche le atropella mortalmente. A partir de ahí, Anthony Scott (así aparece en los créditos) realiza una virtuosa narración en off; los involuntarios homicidas, dos hermanos de edad avanzada, deciden llevarse el cuerpo y dejarlo en una apartada habitación de su vieja casa. Mientras el hermano realiza labores de minería, la hermana evoca al tercer hermano, muerto en la guerra, ante el impasible cadáver, al que prepara tazas de té y viste con su uniforme. Con un estilo austero hasta el límite, Scott engarza imágenes bajo el influjo de un monólogo implacable, oscuro como la fotografía de Chris Menges y con toda la fuerza gravitacional del fuera de campo ¡Y quién lo hubiera dicho! Tony Scott, el adalid del exceso y la fruslería ornamental... Lo que viene a demostrar que, pese a no haber nada nuevo bajo el sol, todo lo nuevo sigue bajo las piedras. Por supuesto, Scott ya no rodó nada parecido a un largometraje hasta... ¡1983!... El resto ya se lo saben ustedes solitos.
Recuerdos...







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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!