lunes, 5 de septiembre de 2011

Filmando estados de ánimo



ALICE IN DEN STÄDTEN es, sigue siendo, una de las películas más apreciadas de la filmografía de Wim Wenders; no voy a ser yo quien lo ponga en duda, desde luego, tan sólo me gustaría apuntar un par de cosas que no me cuadran demasiado. Primero, me niego a ver una road movie (cualquier cosa lo es) en lo que a mí me parece que no es más que el muy ajustado retrato de una profunda depresión, la de ese periodista alemán incapaz de encontrar un solo motivo por el que quedarse en Estados Unidos primero, o regresar a casa, una vez ha sido despedido de su itinerante trabajo, consistente en la redacción de un artículo sobre las costumbres americanas. El estado de ánimo de Philip es el indicativo, el termómetro que marca la deriva de un relato que podría haber sido muy diferente. Y sin ese estado de ánimo (perfectamente delineado en los primeros quince minutos de película), a Philip nunca se le hubiese ocurrido echar una mano a esa imperdonable madre, capaz de dejar a su propia hija en manos de un extraño y en una ciudad desconocida, sólo por arrepentirse de haber abandonado a su pareja. Esto es patente en tanto que Philip ve a la madre marcharse y no hace nada, acepta para sí lo que luego parece más un suplicio que una típica aventura "en la carretera". Alice es insolente, mentirosa y parece confabularse para sacar de sus casillas al templado Philip (destacable la interpretación del actor-fetiche de Wenders, Rüdiger Vogler), cosa que logrará en más de una ocasión. Posiblemente, más allá de cierto sentimiento paternal, que lo dudo, Philip atisba ese descabellado reto (llevar a Alice con algún familiar, una vez su madre no se presenta en el lugar acordado [Amsterdam]) como su última posibilidad de mantenerse a flote, porque lo que le esperaba era una caída en picado a ninguna parte. Wenders se esfuerza notablemente para dejar constancia de todo esto sin trazos gruesos y sin lugares comunes, y a su estilizado concepto del relato ayudan un estupendo uso del Blanco y Negro, la fantástica banda sonora, que alternaba a CAN con Canned Heat o Deep Purple, y unos actores, insisto, que hacen fácil lo más complicado para un actor: parecer que siempre estuvieron ahí.
Si se quiere indagar en Wenders, ésta es una de sus piedras angulares; el resto se apoya bastante en esta preciosa película.
Saludos, ciudadanos.

2 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

Bueno, pues yo siempre la he considerado una road movie, seguramente porque alguna vez lo leí en alguna revista y me quedé con la copla. Clasificaciones aparte, es una de las imprescindibles de Wenders, o sea, de cuando Wenders fue grande y nos deslumbró a todos los jóvenes cinéfilos ochenteros.

dvd dijo...

Sí, esta sí; de lo mejor que ha filmado Wenders. Esta película es más moderna que casi todo lo que se estrena hoy día...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!