Encomiable, de generoso esfuerzo, mirada lúcida, valiente, necesaria. Sorprende que tenga que venir una venerable veterana como Anieszka Holland a abrir la herida de la inmigración en una Europa cada vez más deshumanizada, hurgar en ella, exponer la infección, que repugne a este milenio que, lejos de erradicar la barbarie, la enmascara con festivales de música y políticas medievales. Hasta ahí el valor (no es poco) de esta película por momentos estremecedora, casi insoportable por su crudeza formal, pero a la que le puede el ímpetu desarrollado en su primera mitad (de un total de dos horas y media), descompensando su potente mensaje. GREEN BORDER habla de una cosa exponiendo aquello de lo que no se habla, en un punch directo que se va convirtiendo en una denuncia un poquito ingenua y finalizar en una coda deliberadamente acusadora. En un blanco y negro de infinitos matices, Holland comienza, sin ahorrarse referencias explícitas, registrando el infierno en el que cae una familia siria, que supuestamente viaja a Suecia, pero se ve atrapada en una "tierra de nadie", comprendida en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, donde la política autoritaria de Lukashenko, sumada a la dejadez de los militares polacos, convierten a todos estos migrantes en un incesante pinball humano, con la intención de ir arrebatándoles todas sus posesiones en interminables idas y venidas por esta "frontera verde". Seguidamente, la historia deriva hasta una mujer polaca, psicóloga de profesión, que vive en una apartada casa junto a la frontera, y que se convierte en activista tras un traumático (muy traumático) encuentro, que la lleva hasta un grupo radical que ayuda a quienes nadie ayuda. Es esta ruptura de foco la que lastra ligeramente a un film, por otra parte, magnífico, imprescindible para airear los cuartos de una Europa mohosa y con olor a rancio. La parte final, como decía, es la de la derrota, pero también la de la esperanza, aunque sea en ínfimas dosis. De nuevo sin medias tintas, vemos, tras el horror inhumano, otras migraciones, extrañamente más amables. Como dicen algunos bots fascistas: busquen las diferencias, sólo ucranianos blancos y rubicundos... Tssss...
Saludos.
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