miércoles, 9 de septiembre de 2020

El impacto



Iya no ha conocido más que miedo y miseria. Desde sus casi dos metros de altura, parece verlo todo, pero no ve nada. Iya queda aturdida a menudo, fruto de una conmoción sufrida mientras todo Leningrado era bombardeado en el peor asedio de la historia. Vive en un gueto, lavando ropa, y cuida del pequeño de su mejor amiga, Macha, que trabaja en el hospital militar. Un día, Iya regresa, pero lo hace sola, y ni siquiera sabe muy bien qué ha pasado, ni siquiera si es culpable de la muerte del niño.
En su segundo largo, Kantemir Balagov corrige y aumenta las expectativas de su debut, ofreciendo una obra áspera, incómoda, asfixiada en una mezcla imposible de colores ocres y chillones, como si vivir o morir fuese apenas una cuestión de tonos. DYLDA no es fácil, ni de ver, ni de entenderse, ni de ubicar dentro de un género reconocible; y a ratos parece danzar la locura de Aleksei German, enfundarse el zumbido fantasmagórico de Sokurov, o hasta indagar en los zarpazos de Lars von Trier, cuando se ponía serio. Afortunadamente, la voz de Balagov es rotunda, enunciativa en el laberinto emocional de estas dos mujeres, aplastadas por lo que la guerra ha dejado, que es una atmósfera irrespirable de rencor y desconfianza. Por momentos, mientras se tienen la una a la otra, hay como un simulacro de esperanza; después, reparan en que esas esperanzas no pueden despegarse de una tragedia que insiste en perseguirlas.
No es perfecta, ni lo pretende. Y así debe ser.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!