miércoles, 24 de agosto de 2011

La linterna mágica



En ANSIKTET (El rostro), Ingmar Bergman decidió sumergirse de lleno en uno de sus temas predilectos; la necesidad o no de las ilusiones en un mundo austeramente descreído, la contraposición de valores entre lo burgués y lo bohemio y el viaje a ninguna parte, a lo desconocido, le sirven al maestro sueco para poner en pie un juego de espejos absorbente y a ratos desquiciante, donde (también) el espectador es engañado varias veces hasta quedar desorientado respecto a lo que ve en pantalla. Y eso que no creo que se trate de una de sus obras más espesas; contrariamente, ANSIKTET se inscribe en una especie de intersección entre el fantástico, el terror gótico y la comedia bufa; es únicamente el discurso filosófico de su autor el que dota de una entidad arrebatadora lo que en otras manos habría sido un divertimento.
Se nos cuenta la extraña historia del extraño Dr. Vogler y su no menos estrambótica troupe, que viajan en una destartalada carreta presentando un espectáculo de magia basado en ciertas habilidades magnéticas, lo que ya suena raro de por sí. Vogler oculta su verdadero rostro bajo una peluca y una barba postizos y jamás pronuncia una palabra; su joven ayudante es en realidad su esposa, haciéndose pasar por un muchacho; terminando con la inquietante abuela Vogler, una suerte de bruja experta en sortilegios y brebajes que cree firmemente en la resurrección de la carne, Tubal, que es una especie de representante que sólo piensa en retirarse de la itinerancia y el cochero Simson. Al llegar a un pueblo serán recibidos por el Cónsul Egerman, el zafio Superintendente Starbeck y el médico Vergerus, dispuesto a destapar las mentiras de dicho espectáculo. Bergman es mucho Bergman, y ANSIKTET se desplaza constantemente de un lugar a otro; no es que no se decida, es que es consciente de que la verdad es sólo una, pero la falsedad también, e igual de interesante; así que prima una rara inquietud por desvelar, comenzando por la verdadera identidad de Vogler, pero también por apoyar el escarnio que los artistas, heridos en su orgullo (aunque sustentado por lo voluble), tienen preparado a sus escépticos anfitriones, lo que desemboca en un final que podría haber filmado un Murnau, pero también (ojo) un Woody Allen desatado y juguetón. Hay quien la considera uno de los pocos fiascos del Bergman de aquella época, pero curiosamente ha ido ganando con el tiempo, sobre todo por su inclasificable y desconcertante idiosincrasia, que la sitúa, si preferimos, un poco al margen de otras obras más "bergmanianas", sea eso lo que fuere.
Saludos por la cara.





1 comentario:

dvd dijo...

¿La AGEVV...? Madre mía...

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!