Era lógico, entonces, lanzarse sin excusas al espectacular díptico con el que Tarantino colmaba una espera que se había hecho larga hasta 2003, lo que asumía el riesgo de "no parecer" la película que su autor "debería hacer", injusta coletilla para un renovador tan devoto como dedicado. A mí me pasó, KILL BILL: VOLUME 1 parecía el homenaje que alguien habría hecho a una forma de entender el cine, no "una forma de cine en sí"; una película extrañísima, con momentos geniales y otros sonrojantes, o lo más cerca que Tarantino ha estado del videoclip, porque su estilo sublima el videoclip, convirtiéndolo en una experiencia total, inmersiva, donde imagen y sonido son inseparables. Pero hablando de la película en sí, más de veinte años después, le sigo achacando su fachada de pajote satisfecho, de gozadera megakitsch sin complejos, porque el exceso es delirantemente excesivo, mientras que los momentos de escritura de guion no aportan gran cosa a una historia, por otra parte, muy sencilla de construir, incluso con los habituales saltos temporales, bastante peor ejecutados. Es, más que nada, un regalo invaluable a Uma Thurman, una gamberrada sofisticadamente autoconsciente de su misión evangelizadora, y también un desafío para ciertas tendencias hiperrealistas. Donde otros veían pesarosa gravedad, Tarantino aportaba todo el exceso proveniente del giallo, el spaguetti western y el cine de artes marciales. El podía, por eso, después de tantos años, me ha parecido hasta un pelín mejor que entonces. Aunque ahora que me acuerdo, esto venía a cuento del homenaje a uno de esos secundarios al que también sólo Tarantino podía capturarle su mejor versión. Les emplazo mañana por tanto...
Saludos.
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