sábado, 23 de julio de 2022

Un vampiro en Pittsburgh


 

A vueltas con lo del post-horror, con ese tufo a modernillo insoportable, pretencioso, como si cualquiera pudiese venir ahora a decir que ha inventado no sé qué, cuando la manteca lleva asada la mar de tiempo. Es un asunto que me irrita más de lo que debiera, pero que me sirve, por ejemplo, para llegar a algunos títulos injustamente olvidados, y que son (deberían ser) pilares ocultos con los que nos explicamos de dónde viene esto o aquello. Huelga presentar a George A. Romero, por supuesto, pero no reiterar su inagotable capacidad para extraer esquirlas de puro cine, el cine de verdad, en producciones que a otros menos dotados sólo servirían como excusa para tapar deficiencias. MARTIN es una rareza de 1977, y no entiendo cómo, a estas alturas, no es un clásico de referencia. Debe ser, precisamente, por esa apariencia de film barato (que lo era, claro), pero eso no nos tendría que desviar para encontrarnos con una historia maravillosa, repleta de un extraño y apesadumbrado sentido del humor, que la despoja de cualquier tentación de falsa solemnidad. Es la historia de Martin, un joven que llega a Pittsburgh en tren para encontrarse con su tío, quedarse a vivir con él y ayudarle con la tienda que posee. En un arranque antológico, Martin acecha a una joven, jeringuilla en mano, para dormirla y, en algo que estaría a medio camino de un acto de vampirismo y una violación no consumada, conseguir un poco de afecto y alimento. Al llegar, su tío lo recibe llamándolo Nosferatu, y en su casa tiene crucifijos y ristras de ajo, lo que divierte a Martin. En realidad, Martin es más viejo que su tío, que podría ser su sobrino, aunque Martin no es un vampiro cualquiera, y está un poco cansado de tener que ejercer como tal, ya que no tiene colmillos, la luz del sol no le afecta, y esa sed de sangre sólo aparece si se siente atraído por alguien. MARTIN es una película pequeña, pero grande en intenciones, y su deconstrucción del monstruo, ingenua, mordaz, triste y divertida, eleva la dimensión de Romero como simple artesano, y nos muestra a un cineasta que, sin dárselas de autor, posee una mirada absolutamente original e insobornable.
Si no la han visto, están tardando. Una joya.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!