viernes, 28 de enero de 2011

Lo inocuo



Leo diseña videojuegos; Ellen es médico. Ambos viven en Nueva York con su hija de 8 años, Jackie, a la que cuida Gloria, de origen filipino. Éste es el punto de partida de MAMMOTH, el velado intento del sueco Lukas Moodysson por integrar su particular cine all times-all places en la industria norteamericana tras la confirmación de su singular talento para expandir historias mínimas y hacer que todos, por poco que tengamos que ver con las mismas, nos sintamos partícipes y hasta un poco culpables, especialmente tras su mejor película, LILJA FOREVER. El problema con MAMMOTH es el siguiente: es absolutamente intrascendente. Y si no, sólo hay que atender a dónde apunta Moodysson para poner sus tildes emocionales, frías la mayor parte de las veces, estéticamente trillados los momentos álgidos y babosamente complaciente a la hora de buscar culpables y (auto)indulgencias. Leo tiene un viaje de negocios a Tailandia; Ellen es incapaz de compaginar su duro trabajo en el hospital (fallecimiento típico incluido) con su rol de madre, lo que la hará recelar de la dulce y sumisa Gloria, que se convierte en la gran amiga de Jackie y hasta la iniciará en el aprendizaje del tagalo. Leo estará constantemente tentado en su periplo asiático, pero Leo es íntegro, una especie de asceta culto y comprensivo; por contra, su agente se lo pasará pipa de la forma que efectivamente imaginan. Ellen culpa a Gloria, por la que sentimos lástima de su separación forzada de sus hijos, por lo que Ellen pasa a ser culpable. Leo sucumbe, pero le compadecemos porque su matrimonio tampoco es idílico, aunque desgraciadamente es lo que se nos ha dado a entender. Así que tenemos dos horas de transnacionalismo by the face, del que estamos ya un poco hartos desde la fundacional BABEL y que consiente un efecto devastador, en mi honesta opinión: sin explicar(se) nada, nos lanza a la cara una especie de mensaje mesiánico que, seguido a pies juntillas, nos salvará de nuestros terribles vicios de primermundistas. Peor que matar al mensajero, Moodysson aumenta su gradación de fe mientras sus personajes lloran ante la mínima dificultad. No, perdón, pero esto n o es así.
Además, se me escapa el simbolismo de la pluma, arcano icono de una sociedad sin más valores que los económicos; eso también lo sabíamos.
Saludos barritados.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!