sábado, 29 de enero de 2011

Acertar en la encrucijada



El tono, el tono. No siempre es fácil dar con el tono adecuado, lo que a veces puede tirar por tierra una buena idea, un buen trabajo colectivo, y eso es de las cosas más frustrantes a posteriori, con la película ya acabada. Y eso es casi exclusivamente responsabilidad del director, sus "intangibles". Ya atisbé algo de esto en los dos trabajos anteriores de John Maybury, menos desde luego en la excepcional LOVE IS THE DEVIL. STUDY FOR A PORTRAIT OF FRANCIS BACON, pero demasiado en la desconcertante THE JACKET. Su tercer film, THE EDGE OF LOVE, debía haberse convertido en un filtro de vicios y refinador de virtudes; sin embargo, esta deslavazada y supuesta hagiografía a demasiadas manos se empeña torpemente en tirar por tierra todos los puntos de interés que se van apuntando a lo largo de su cansino metraje. Por ejemplo: si tienen ustedes a Dylan Thomas correctamente interpretado ¿le darían pábulo a la convencional historia de amistad, celos y otros cacharros entre dos señoritas de aquel tiempo? No digo que no pueda ser así, Rivette era capaz de soterrar un discurso artístico imponente bajo la cotidianidad y hasta la intrascendencia, pero entonces igual daría el genial poeta galés que un personaje figurado; de tantorpe, Maybury ni siquiera se afana en sacarle partido al esforzado trabajo de un Matthew Rhys que queda incomprensiblemente arrinconado bajo la luminiscencia (más incomprensible aún) de Keira Knightley, Sienna Miller y Cillian Murphy, cuando sus personajes, dos cabecitas huecas y un oficial debidamente cornamentado, habrían de palidecer ante aquella personalidad fascinante e intratable que fue Thomas. Sí, hay momentos de lucidez, de buen cine, un poco convencional pero eficaz en su médula melodramática; una estupenda fotografía de Jonathan Freeman y una partitura de Angelo Badalamenti en las antípodas de sus lugares comunes "lynchianos". THE EDGE OF LOVE es una magnífica película para recaudar cinéfilos que antes no lo eran, pero me temo que a un público más o menos comercial no les va a gustar demasiado; en el otro lado, si lo que buscan es un atormentado retrato lleno de oscura belleza, como lo fue la ópera prima de Maybury, abominen: esto no es más que un famélico blockbuster herido de muerte desde que vemos que Dylan Thomas sólo se emborracha a sorbitos...
Saludos limítrofes.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!