viernes, 28 de mayo de 2021

Cuando la verdad sólo tiene un camino


 

Lo dije no hace mucho, a colación de la tibieza de un film como MULAN. Su directora, la neozelandesa Niki Caro, había rodado una película absolutamente maravillosa hace casi dos décadas... y había pasado prácticamente desapercibida. WHALE RIDER rescata la emoción de las fábulas que se hacen carne al entremezclar verosimilitud y asombro, y no se ven muchas películas con tanta convicción en sí mismas, la misma que derrocha su joven protagonista, una portentosa (impresionante lo de esta chica) Keisha Castle-Hughes, que llegó a estar nominada como actriz principal a los oscar'03, y lo raro es que no se llevara la estatuilla. La película comienza titubeante, incluso bordeando una sospechosa ñoñería pseudo-new age, mientras intentamos entender el porqué del férreo convencimiento de unas tradiciones tan arcáicas como finalmente machistas. Los maoríes son unos tipos curiosos, y mientras unos profesan un fanatismo inquebrantable, otros pasan directamente del tema y se abandonan lentamente. La protagonista arrastra lo que casi parece una maldición: primogénita del linaje directo de los líderes del clan, lo es, sin embargo, porque su hermano gemelo nació muerto en un parto que también se llevó a su madre. Su padre, incapaz de asumir dicho liderazgo, la dejó al cargo de su abuelo, mientras buscaba erigir su vida en Europa, no sin antes desafiar toda la tradición y nombrar a su hija recién nacida como la gran leyenda, Paikea, el jinete de ballenas. Poco a poco, acompañamos a la joven Paikea, conocemos sus anhelos y frustraciones, y cómo se ve incapaz de abrirse paso en un mundo que no cuenta con ella. Sin que nos demos cuenta, la estupenda narración nos ha llevado hacia un tercio final memorable, donde todo cobra sentido y, casi de puntillas, la joven directora acomete un doble desafío, al imprimir la leyenda y hacerla visible ante nuestros ojos. Marvel y DC lo intentan, pero no les sale tan natural como aquí. Y el desenlace, épico, emocionante, devastador, y de una belleza estremecedora, nos coloca al fin ante ese selecto puñadito de historias con auténtico marchamo de clásico imperecedero. Lo raro es que siga siendo tan desconocida...
Absolutamente magistral.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!