lunes, 16 de abril de 2018

La belleza del fracaso



El pan del genio es la enfermedad. La liturgia expuesta como vida despedaza la afrenta de un sortilegio hecho celuloide. Lo que Paul Thomas Anderson logra en PHANTOM THREAD es conjurar la integridad de todo su cine anterior, despojándolo certeramente de cualquier asomo de artilugio o celebración, y bañándolo de esa pátina imposible de definir que es el clasicismo. No es una película clásica, pero uno puede disponer de multitud de registros, recursos o incluso hallazgos para deleitarse con la fantasía de asistir a un estreno en pleno 1950. El más difícil todavía de esta obra maestra es contener sus riendas, desmayarse en los brazos de unos intérpretes fabulosos (y fabulosamente dirigidos) e intentar comprender qué pasa exactamente por las cabezas de unos personajes que no tienen que decir lo que piensan para ser explícitos. Así, el director (también guionista y hasta encargado de la fotografía) sortea el mal endémico de la modernidad y se nutre de la oportunidad que le brinda la fascinante invención de Reynolds Woodcock, un modisto en la cumbre, pero cuya genialidad parece depender por entero de la férrea vigilancia de su hermana y la inmanencia de una serie de ritos inviolables. Su espartana filosofía de vida se tambalea al conocer a una joven camarera, que inmediatamente se convierte en su nueva inspiración y pasa a formar parte de su reducidísimo entorno íntimo.
Cabe todo, desde la complicidad al odio, el amor, la futilidad de un vestido para una reina o la trascendencia de un nombre cosido en el forro de la chaqueta. Paul Thomas Anderson obra un nuevo milagro, deja clara cual es su posición en el cosmos cinematográfico (incluso el actual) y yo cada vez estoy más contento de no ser Carlos Boyero...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!