lunes, 7 de noviembre de 2016

Un western experimental



Hace algún tiempo leí un curioso y encendido debate acerca de RED RIVER por parte de dos blogueros a los que tengo en alta estima y consideración. La cosa iba sobre la desmitificación del film como una sucesión de tramas que no iban a ninguna parte y que quedaban retratadas en el polémico, atípico y hasta anticlimático desenlace final. Esto estimuló mi curiosidad y me hizo volver a revisionar una película que tenía, quizá injustamente, anquilosada en un Olimpo cinéfilo del que es sano renegar de cuando en vez. Efectivamente, no he visto la misma película tras quince o veinte años, pero tampoco una película peor, sino un atrevido experimento a partir del cual se inicia una deconstrucción del western que luego multitud de directores, erróneamente repensados como menos conservadores que Howard Hawks (por decirlo suavemente), han ido refinando hasta nuestros días. Se me ocurren lazos intrínsecos con el DEAD MAN de Jarmusch o MEEK'S CUTOFF, obras de vaciado argumental que dispersan la figura del protagonista/héroe y sostienen un diálogo constante con las formas, sean naturales o no. Desde su mismo arranque, RED RIVER es la historia de un tipo que elige cavar en seco, despedir la promesa de una vida confortable junto a una mujer por ser el dueño de un puñado de tierra. A partir de ahí, el destino parece extraviado, sometido a circunstancias que jamás son dominadas por este hombre, que va perdiendo protagonismo hasta cederlo por completo a su natural sucesor, que al mismo tiempo también debe hacer una trascendental elección: la afectividad por quien le acogió como un padre, o la moral que reconoce sus actos como injustos e ilegítimos. En poco más de dos horas, Hawks aniquila al intocable gran héroe y lo reduce a un especulador sin escrúpulos capaz de matar por unas cabezas de ganado, pero más bien parece una historia circular, el ganado como vehículo para mostrar las razones y miserias de ese espacio mítico que se legislaba a golpe de revólver. Y para constatarlo, el final, en las antípodas de lo que podría ser un broche de oro, y que es una extraña y agridulce mezcla, de resignación, de un inevitable traspaso de poderes y con una marciana vis cómica que Ford, con toda seguridad, habría fundamentado en la naturaleza irlandesa, pero Hawks (y eso hay que reconocérselo también como conquista) prescinde de tintes folclóricos e inventa el western existencial para reordenar, casi setenta años después, un estado del mundo que expulsa al hombre del territorio.
Para mí es algo más que una obra maestra. Un film seminal.
Saludos.

2 comentarios:

Mister Lombreeze dijo...

Roger Ebert calfificó el final de "silly". Y yo lo suscribo.
Lo mismo que suscribo todo lo demás de tu post.

dvd dijo...

Es lo malo de ver cine clásico con esa etiqueta rondando las estancias del subconsciente, que lo alabamos o aborrecemos en base a audacias narrativas, siempre y cuando concuerden con las "leyes naturales de la evolución". Por ejemplo, me jode muchísimo toda la parafernalia que en determinado momento se formó en torno a aquello del "western crepuscular", pero a todo el mundo le parecía cojonudo porque Hollywood apenas producía westerns, y era algo así como una heroicidad. Respecto a RÍO ROJO, es verdad que tiene una extraña arritmia en el metraje, pero tengo pendiente una biografía de Hawks en la que me contaban que posiblemente hallaría una respuesta al "cortapuntos" de su final. Hasta entonces, lo único que puedo decir es que la peli me sigue gustando. Las hay mejores, pero también muchas que son peores...
Un saludo.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!