jueves, 12 de octubre de 2023

Fantasía oriental


 

Los ecos de Miyazaki, del Studio Ghibli, son ineludibles, también inalcanzables, y apenas se puede aspirar a recoger la influencia con admiración, valentía y gratitud. En este sentido, es probable que el mejor discípulo sea Mamoru Hosoda, por la calidad y riesgo de sus propuestas, que crecen cada vez con entidad propia. Poseedor de una mirada tan humanista como la de su maestro, Hosoda se sirve de un simbolismo rico en referencias, para conformar historias que, por mucho artificio que tengan, no son más que un canto de esperanza en un mundo deshumanizado. BAKEMONO NO KO (EL NIÑO Y LA BESTIA) es un ejemplo perfecto, por su apariencia de gran fantasía de desbordante imaginación visual, que esconde en su interior una enternecedora lección vital. La dualidad del mundo de los humanos y el de las bestias, ilustra el acceso a la madurez de un chaval que se escapó de casa, y ahora tiene un improbable maestro, el mejor luchador del país de las bestias, pero tan cabezota como indisciplinado, por lo que nunca ha tenido un solo alumno... hasta ahora. Así, tenemos presente el desarraigo y la desconfianza innata a quien nos tiende una mano sin explicación aparente, lo que dará paso al momento crucial en el que logramos comprender por qué hacen lo que hacen quienes nos enseñan. Luego está el apartado técnico, absolutamente delicioso, con un pie en la animación clásica nipona y otro en la búsqueda de una entidad autonómica e irrepetible.
Aun siendo una gran película, las tiene mejores; mejor facturadas y con un discurso más pleno y consciente.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!