lunes, 20 de junio de 2022

El lugar en ninguna parte


 

El arranque de LIMBO puede llevar a engaño. Una apariencia de comicidad fría, casi escandinava, con personajes estáticos pero que transmiten ese estado de perplejidad constante, con encuadres milimétricamente estudiados. Podríamos creer que estamos ante una copia de Kaurismaki, de Andersson, pero el director Ben Sharrock hace algo mejor, volver a los tiempos en los que a Ken Loach aún le quedaba un poco de piedad y buen humor. Y aun así, el tono del film se va tornando del mismo gris, plomizo y hostil, de los cielos escoceses, bajo los que un grupo de refugiados de diversas nacionalidades espera interminablemente (el "limbo" del título) que llegue una carta para regularizar su situación. El protagonista, Omar, es sirio, una joven promesa nacional del oud, que ha dejado a su familia atrás, y ahora vaga sin mucho sentido por un mundo que no conoce ni reconoce, con su instrumento siempre a cuestas. El gran logro del film es el puntilloso ejercicio de identificación para con unas personas siempre anónimas, repudiadas, que se diría que apenas existen excepto para lavar conciencias no muy concienciadas. Hay que estar atentos a los detalles, pues Sharrock economiza el discurso hasta que no queda más que la sugerencia, lo que es de agradecer tratándose de un tema tan dado a la truculencia moral y el estrépito discursivo. Una película, en definitiva, sorprendente, tierna y audaz, con momentos de tristeza palpable, pero que deja el único resquicio de esperanza en manos de estos hombres que se resisten a convertirse en fantasmas.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!