Lo que sostenía los seriales de Marvel para el fan, básicamente, consistía en la habilidad para suspender el tiempo, angustiar para seguidamente reconfortar. Y en esa montaña rusa de emociones, la acción era la que se instalaba, no al revés. Y el gran mal del cine de superhéroes es "tener superpoderes", aclimatarse con gusto en los brazos de una espectacularidad destinada a saturar por mera intrascendencia. No es el caso de SPIDER-MAN: NO WAY HOME, que se acerca más a otro territorio más asimilable para el cine, incluso el de hoy día: las novelas gráficas. Por eso, interesa menos aquí el tejemaneje de correspondencias, reseñas, guiños y otros posibles lazos, y termina triunfando el formato de historia cerrada, importante sólo por su propia circunstancia. Y eso que el tema principal es el metaverso y sus singularidades, que de no estar bien moduladas caen en el más espantoso de los ridículos. Pero insisto (y les recuerdo que nunca me ha chiflado el trepamuros), estamos ante una película que al fin tiene un componente emocional por encima de la media, gracias en gran medida a la habilidad de Jon Watts para desembarazarse de la mochila de las otras dos entregas, y embarcarnos esta vez en una historia sorprendente y, por momentos, fascinante; donde ni siquiera los malos son tan malos, y los buenos han de admitir que también se equivocan. Una película que no es perfecta, ni pretende serlo, pero que al menos luce mucho más honesta desde una perspectiva que me atrevo a pensar que no desagradaría a Steve Ditko. Este Spiderman es el más Ditko hasta la fecha, y eso ya merece que le otorguemos el honor de ser la mejor película de su personaje.
Dos horas y media que se pasan en un suspiro.
Saludos.
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