Más que una narración al uso, siempre me ha parecido que STRANGERS ON A TRAIN venía a ser una especie de manual para todo aquel que quisiera desentrañar las claves de una película de suspense. Con una fidelidad asombrosa, el guion de Raymond Chandler y Czenzi Ormonde explora el clima extraño y escalofriante que recorre el texto original de Patricia Highsmith, superior por esa otra capa de sátira social que la novelista le añadía. Mítico es el extenso arranque, donde quedan expuestas las contrapuestas personalidades del joven y exitoso jugador de tenis, y el excéntrico y manipulador bon vivant, que embauca al primero en un diabólico plan, el crimen perfecto, donde ámbos se desharán mutuamente de los "problemas" del otro. Hitchcock adelanta aquí mucho de lo que sería su cine posterior, iconoclasta, rompedor partiendo del clasicismo, dispuesto a organizar ese carnaval de monstruosidades que en esta extraordinaria película está presene de principio a fin. Mención especial para la pareja protagonista, el habitualmente insulso Farley Granger, que está perfecto como el joven, aún incorrupto, pero que se debate en una moralidad ambigua por culpa de ese demonio perverso interpretado magistralmente por Robert Walker, un actor del que nos perdimos todo lo que podría haber hecho, al fallecer poco después del estreno de este film, ya digo, paradigma de cómo mantener el interés aun con todos los secretos desvelados desde primera hora. Baste para ello recordar la impresionante escena del asesinato en el parque de atracciones o el desenlace, que devuelve a los personajes a la misma ubicación, y que es una absoluta locura de montaje.
No se la pierdan.
Saludos.