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sábado, 18 de noviembre de 2023

Extirpando el cáncer del celuloide


 

En este tiempo de predominio de la imagen "limpia", el digital con su imperfectísima perfección, o los meticulosos y adocenados métodos de producción, se hace más imprescindible volver a los suicidas, los marginados, con el talento suficiente para "rodar pese a todo", levantar una película de la nada, con dinero de trapicheos con la droga, con amigos para interpretar gratuitamente, con localizaciones en mitad de la calle y sin permisos, con un guion que, de escribirse, se iría haciendo según los "estados", físicos, mentales o simplemente crematísticos. Uno de los cineastas más talentosos de esta marginalidad abrazada (y no siempre conscientemente) es, sigue siendo milagrosamente, Philippe Garrel. Director o poeta, maldito o tan sólo un romántico a contracorriente, Garrel ha logrado llegar hasta nuestros días y aglutinar una filmografía sorprendentemente extensa y, lo más importante, honesta. Sin parecerme su mejor obra, puede que ELLE A PASSÉ TANT D'HEURES SOUS LES SUNLIGHTS... suponga el perfecto equilibrio entre el relato ficcional y la baladronada metaficcional. Rozando constantemente la pedantería, Garrel inserta a los posibles actores de su nuevo proyecto mientras ensayan, pero también en su supuesta vida privada. Sin previo aviso, vemos el material rodado (casi siempre sin sonido), en un ejercicio de aturdimiento de los sentidos, desorientándonos para que seamos testigos de la precariedad, pero también de la absoluta libertad con la que Garrel afrontaba cada proyecto. Siempre en el alambre, y aquí el alambre se ve, tan doloroso como todas las fiestas que serán mañana, como decía Nico...
Sé que no soy digno, y que quizá ni siquiera sea el lugar idóneo, pero voy a dedicar esta humilde reseña a la memoria de quien una vez fue mi compañera, y lo más importante, la dadora de vida de mi joya de quince años, los mismos que tienen ya estas páginas. Allá donde estés, queda tranquila...
Saludos.

jueves, 11 de febrero de 2021

Adoquines


 

La cultura como arma arrojadiza, los sindicatos protestando junto a los poetas y los cineastas. Las fuerzas retroalimentándose contra el enemigo común, el que siempre ha estado ahí, invisible, viejo, la carcoma de todo lo bello y todo lo que no responde ante sus intereses. 1968. Mayo. París. Aquellas preguntas deberían haber sido nuestras certezas, pero vuelven a ganar con el tiempo como aliado. Simplemente esperan a que todo se derrumbe, a que todos se cansen, a que disputen entre ellos. Entonces asoman sus sarmientos y se proclaman como los únicos salvadores, otra vez. Y así será siempre. CINÉTRACTS daba buena cuenta de ello a lo largo de 41 fragmentos, imágenes congeladas, instantáneas recogidas en el momento, y que componen una advertencia alejada del palimpsesto. Ganan, perdemos; deberíamos saber esperar.
Saludos.

lunes, 13 de febrero de 2017

La felicidad no dura



Emmanuelle Riva se puso a las órdenes de Philippe Garrel en 1983, para filmar LIBERTÉ, LA NUIT, un sentido díptico acerca de las cicatrices de la Guerra de Argelia, con un fantasmagórico Maurice Garrel, cuyo personaje es básicamente un muerto en vida, y la fascinante Christine Boisson, que protagoniza la segunda parte del film. Concebida en dos partes complementadas, comienza con los esfuerzos de Jean (Garrel) por abandonar el FLN y comenzar una nueva vida, al mismo tiempo que inicia la separación de su mujer, Mouche (Riva). Sin embargo, un trágico suceso volteará por completo la situación, y Jean decide huir de todo a un lugar apartado en la costa; es aquí donde conoce a una joven, que se enamora de él, aunque sabe que su destino está ya marcado. Garrel lo filma todo con su habitual estilo imperfecto, con una nitidez sucia, a contraestilo, e impregna esta triste historia de un romanticismo doliente, obteniendo algunas imágenes eternas, pero que contrastan con el carácter efímero que traspasa todo el metraje, desde el trabajo como costurera de Mouche hasta los paseos por la playa de Jean, todo responde a un único deseo: filmar la dicha de un hombre que es consciente de su extinción.
Saludos.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Vamos a contar verdades

Philippe Garrel, uno de los cineastas más lúcidos, específicos e importantes (y debe utilizarse la palabra "importancia" adecuadamente) de los últimos treinta años, es un director desconocido si no es en círculos más o menos reducidos de aguda cinefilia, pues incluso en festivales su obra ha asomado a duras penas. Garrel, el obsesionado director que fue yonqui; Garrel, el yonqui que mientras quería ser director estuvo con Nico (sí, la de la Velvet), creando desde la aguja. Garrel, demoliendo los códigos establecidos del cine moderno, rescatando el espíritu de la nouvelle vague sin recurrir a ella; Garrel insiste amargamente en que aquello acabó hace mucho, casi con mayo del 68, pero nadie le escucha. Sus relatos están desnudos, desamparados; sus personajes no son fuertes, sólo pueden deambular, llenos de contradicciones y remiendos morales. LA NAISSANCE DE L'AMOUR es un pedazo de vida que respira a duras penas, como un pez fuera del agua; es la soledad y la amargura, la de un hombre que ya no es nada, que no puede amar, que no puede ser. Es un hombre y también es otro (recital interpretativo de Lou Castel y Jean Pierre Léaud), que no paran de echarse cosas en cara, aunque los dos están acabados por el mismo motivo. Y es una oscura reflexión acerca de esos hombres anónimos, hundidos, que de repente tienen una oportunidad y deben rebuscar en su olvidada luz para empezar otra vez. LA NAISSANCE... no habla de nada en concreto, sino que enfrenta al espectador a un puñado de emociones y sentimientos; los actores transmiten esas sensaciones por cada poro, enquistados en la sublime fotografía en blanco y negro espectral de Raoul Coutard. Garrel es el más atrevido de los directores post-nouvelle vague si obviamos la corta e intensa filmografía de Jean Eustache, amigo íntimo de Garrel y al que éste dedica un sentido y estupefacto homenaje en una escena terrible, simplemente haciendo que Castel mire a un balcón desde la calle. "Allí vivía Jean"...
Garrel es capaz de coger todo el vigoroso mundo de un Truffaut o un Chabrol y conminarlo al infierno más doloroso, ése es su mundo y ése es su cine. Un maestro.
Saludos sabatinos.

domingo, 25 de mayo de 2008

Las barricadas del deseo

Se acaba mayo y se evaporan, por lo tanto, las posibles tentaciones de inocuos nostálgicos que se han visto, digamos, tocados por el espíritu de hace 40 años.
No es el caso de Philippe Garrel. Él estuvo allí, filmó la lucha en la misma lucha. Aquellas imágenes, propugnadas por Godard, su maestro, pueden figurar entre lo más impresionante que se filmó en aquellos años.
LES AMANTS REGULIERS cuenta ya con dos o tres años, por lo que no entra en corriente alguna, y supone el gran documento en clave poética de aquel tiempo, apenas tres semanas; el posterior desencanto desprendido del fracaso y, de paso, contar una historia de amor pura, auténtica, nada que ver, por ejemplo, con el pijerío vergonzante de Bertolucci y sus soñadores (por cierto, con el mismo protagonista, Louis, el hijo del propio Garrel).
Sus tres horas fluyen de manera viva, coherente, cine de una calidad y una factura prácticamente inencontrable hoy día y lección a cargo de un maldito que rueda al margen de la industria, aprovechando, por ejemplo, los decorados y el vestuario sobrante del mayor presupuesto de la bertolucciada. Ni más ni menos.
Respecto a la historia, podríamos dividirla en tres partes perfectamente complementadas y sincronizadas. El comienzo, abrupto, sin concesiones, nos muestra la precaria organización de los movimientos estudiantiles, sus dudas, su anarquismo. Siguen unos bellísimos planos fijos (otros dirán que son feos) de la lucha callejera en sí, las barricadas, las cargas policiales, las persecuciones. Se huele el miedo del protagonista acosado por la policía, perseguido incluso por los tejados de un París indiferente, que mira para otro lado; es la insolidaridad de conservadurismo. Ecos de una pequeña guerra civil.
Un segundo bloque nos muestra ya a la revuelta sofocada, la búsqueda en pisos clandestinos de la identidad perdida por medio de las drogas, el descubrimiento del sexo entre camaradas, el desesperado grito de libertad y diferencia de aquella generación osada, quizá inconsciente, joven al fin y al cabo.
El último bloque es acaparado por el amor, en mayúsculas, el protagonista se enamora y está dispuesto a abandonar sus ideales. No es correspondido. Ella tiene otro punto de vista y prefiere volar libre. Las consecuencias, por supuesto, son fatales.
El conjunto de todo ello es, si nadie demuestra lo contrario, la mejor película de la década; de esta y sobre aquella. Uno se siente fundido con los personajes, la acción, la poética desgarrada de un Garrel desbocado, magistral en su madurez plena de juventud. En suma, un documento necesario, parte de la historia más certera del cine. No habría adjetivos suficientes, pues nos hallamos ante un grande, la mejor versión de esa etiqueta meliflua e inasible que es CINE DE AUTOR.
Saludos revolucionarios.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!