jueves, 24 de marzo de 2022

Deseando amar


 

Al principio, cuesta entrar en LICORICE PIZZA, porque éstas son otras formas, otros formatos, una negativa a formar parte de la linealidad imperante, incluso para contar una historia tan sencilla como ésta. Sus dos protagonistas son imperfectos, humanos; se equivocan, dudan, miran a los ojos con la misma desolación con la que miran al suelo. No son actores en el canon, son el vehículo para expresar un sentimiento, o varios. Aquí hay amistad, incertidumbre, honestidad, vacío, descubrimiento, osadía, alegría y tristeza. Cuesta un mundo acostumbrarse a Cooper Hoffman y Alana Haim; al terminar la película, estás enamorado para siempre de ellos. Y quieres saber más, quieres saber si seguirán juntos, si se separarán, si viajarán a China o abrirán un restaurante vegano. La autenticidad en ficción consiste en eso, en saber abrir un apetito que no se sacie fácilmente, y Paul Thomas Anderson lo ha conseguido con su film más bonito (es que no hay otro adjetivo), que además no podría haberse ubicado en un presente donde los reencuentros no son iguales, porque es casi imposible que sean casuales. Y no es una película perfecta porque hay un par de sketches (yo los llamaría así) que parecen un ornamento, o el añadido a un todo más grande, y aquí importan más las cositas pequeñas que los golpes de efecto. Es un hit parade (el título alude a los vinilos), un susurro venido de otro tiempo para quien no lo haya vivido, pero que te acaricia con suavidad y te no suelta tu mano, mientras te acompaña a través de esa cosa que raramente nos pasa, y que se llama plenitud...
Sé que no va a ganar, pero debería.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!