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martes, 6 de junio de 2023

El trabajo os hará libres


 

El trabajo, tal y como lo conocemos, es un debate perdido, inabordable, mortífero para quien se atreva a discutirlo. Es una suerte de la que quejarte conlleva una inmediata invitación a la exclusión, o un regalo que la vida da a quien no posee nada más que, precisamente, ese tiempo regalado. Quien lo defiende no lo practica, y quien lo denosta teme en secreto. Y el año pasado hubo una serie que se atrevió a formular una acusación directa al entramado laboral, aunque desde una postura distópica, en la que el trabajo deviene una esclavitud aceptada, directamente autoconsciente. La premisa de SEVERANCE no es tan original como podría esperarse, pero su falta de prejuicios a la hora de señalar directamente las diversas causas (y a los causantes) la sitúa como un título valiente y crucial, al menos en estos tiempos de "libre encadenamiento". Lumon es una empresa que tiene una política de contratación curiosa: mediante la implantación de un chip, la vida laboral queda radicalmente separada de la personal, por lo que las actividades de "dentro" son anonimizadas "fuera" ¿Pero cuáles podrían ser exactamente esas actividades? Así, la excusa argumental nos interna en ese tiempo que no transcurre, en asépticas oficinas donde un grupo de cuatro empleados se dedica a tareas monótonas e indescifrables. Pero en un momento dado puede surgir la duda, la sospecha de que quien está "dentro" no se corresponda con su equivalente de "fuera". Ideada por Dan Erickson, y con una importante aportación de Ben Stiller, SEVERANCE determina muchísimas preguntas, la mayoría incómodas pero necesarias; y muchos nos veremos reflejados, puede que tan sólo para seguir echándole la culpa a otros, mientras el bucle se mantiene incesante e impasible.
Se espera una segunda temporada de manera inminente.
Saludos.

sábado, 3 de octubre de 2009

Demodè fashion overlookin´ guys

Que no, que no me he vuelto loco. Que ya no salgo los viernes..., bueno, ya es que casi no salgo... Hombre, no seré yo quien defienda a un tipo tan sospechoso como Ben Stiller, pero si atendemos a las tibias producciones supuestamente "corrosivas" que Hollywood nos cuela cada vez con más asiduidad, lo cierto y verdad es que Stiller ha encontrado una manera de denunciar la imbecilidad imperante en yanquilandia sin por ello dejar de entretener y hasta haciendo caja, que ya viene a ser el colmo de la papanatería. Un buen ejemplo de todo esto es la magnífica TROPIC THUNDER, donde Stiller y su camarilla habitual elevan el ácido sulfúrico y arrasan con cualquier cosa que huela a políticamente correcto. Pero Stiller ya dio su primer aldabonazo con una comedia que se atiene a adjetivos como "esperpéntica", "indecorosa" o "desvergonzada". ZOOLANDER es, si sólo nos interesa la parte lúdica, un slapstick rodado en 2001, sobre un modelo masculino y sus intrascendentes tribulaciones. Punto final. Ahora, ZOOLANDER es otro caramelo envenenado, donde es Stiller el que mira de frente al espectador y le pone delante de las narices su propia condición de zoquete integral. Uno pica al principio, porque lo que se presenta no es más que eso, una nadería repleta de sobreactuaciones, cameos imposibles y una línea argumental propia de Steven Seagal o Chuck Norris. Hay que ver un poco más allá, porque ¿qué sentido intrínseco se nos está presentando como un monumental equívoco? Efectivamente, la pérdida de valores en una sociedad que eleva al cielo la frivolidad como rol a seguir y que idolatra a personas sólo por su imagen, imagen impuesta machaconamente y sin pudor alguno. Stiller sólo se sirve de esa misma puesta en escena y la traslada a su aparentemente inocentona comedia palomitera, el resultado es simplemente explosivo si no fuera porque también cae en la búsqueda de la risa fácil y se olvida en muchos momentos del sarcasmo sutil. Una escena: impagable el grupito de modelos masculinos que salen por ahí para calmar la "depre" de Derek Zoolander y que se convierte en un spot publicitario, sólo que tienen la ocurrencia de rociarse alegremente con gasolina mientras juegan con las mangueras... Imaginen el resto.
Pongo una mirada y... saludos.

lunes, 11 de mayo de 2009

¡Subtítulos al poder!

Es que ésa es la única frase que me ha parecido coherente a la hora de generalizar lo que me ha transmitido una película que seguramente no pasará a la historia pese a ser una de las mejores que han salido el año pasado de yanquilandia.
Y es que TROPIC THUNDER es uno de esos escasísimos ejemplos de cine consciente de sí mismo, de qué lugar le toca ocupar con gran cuidado de no usurpar los que no le pertenecen. No se trata sólo de una comedia gamberra para hacer caja; no cuando su razón de ser es, precisamente, una feroz e implacable crítica hacia esos artefactos "Made in..." que pretenden ser serios y sólo provocan risas (en el mejor de los casos). La más que improbable peripecia del rodaje cutre y desmañado de uno de estos artefactos, la patética sumisión a la todopoderosa decisión del magnate-productor, la conciencia plus ultra de no poder escapar a cierto ensimismamiento perteneciente al divismo despertado en Hollywood. Todo ello conforma ingeniosamente un puzzle que descoloca en todo momento al espectador sabihondillo y que hace pensar, increíblemente, en una industria (o al menos parte de ella) vuelta contra sí misma, buscando deseperadamente un trozo de originalidad incluso a costa de ahondar explícitamente en sus propias miserias. Y si no me creen, sólo tienen que echar un vistazo a un Tom Cruise irreconocible en el mejor papel de su carrera (tenía que ser una parodia) o a Robert Downey Jr. haciendo suyo el irrepetible camaleonismo de un Lon Chaney con una dificultad añadida: su excelente mímesis verbal es capaz de hacerle pasar por negro ¿Otro oscar hurtado? Por eso lo de los subtítulos; verla doblada es un crimen imperdonable. No hay que ser muy listo para querer desollar al artista que se ha inventado el título en español (Una guerra muy perra)...
En fin, que Ben Stiller se ha ajustado los parámetros de ZOOLANDER y ha logrado lo impensable: dar un vuelco a la idiotizada comedia paródica parodiando un cine que pasa por serio ante las narices de demasiadas personas.
Y no me he vuelto loco; es magnífica.
Saludos tropicales.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!