Música de Van Morrison. Una arrebatadora fotografía en B&W. Un puñado de interpretaciones esculpidas con tanta sabiduría como desparpajo. Un toque ajustado de concienciación política, la de unos años y un lugar especialmente difíciles ¿Alguien podría dudar que BELFAST no es un film total, completa y absolutamente teledirigido hacia los oscar? Yo tengo mis serias dudas, lo que no quita que estemos ante una de las mejores películas de su autor, y una seria mirada hacia aquel fresco cineasta que, hace ahora tres décadas, se reveló con LOS AMIGOS DE PETER. Es un dilema, o no, según se mire. Si pretenden encontrar aquí un superdrama de los de llorar a moco tendido, se toparán con un amable escapulario de vivencias (las del propio Branagh), a modo de destellos tan inconfundibles como cuestionables. Todos los recuerdos idealizados lo son, y aquí esta Belfast no es la de McQueen, ni lo pretende, y por eso su artefacto funciona a pleno pulmón cuando se olvida de unas revueltas callejeras (muy mal rodadas, por cierto) que hubiesen quedado mejor en off, y nos sumergimos en la mente del chaval (de protagonismo un poco secundario), que lo tramita todo en clave fantástica antes de que la realidad lo pueda engullir. Es la entrañable relación con sus abuelos, la atracción por su compañera de clase católica (su familia es protestante), o la fascinación en cada tarde de cine, donde los problemas se evaden y se ingresa en un mundo ideal, y sin necesidad de mudarse a Londres. No, BELFAST no es una gran película, precisamente porque su vocación es la de ser pequeña, reducida, una carta de amor de un cineasta plenamente maduro, que quizá sólo quería contarnos cómo fue todo eso entonces... aunque al final se lleve el oscar, no sean mal pensados.
Alguno se llevará.
Saludos.
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