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martes, 26 de noviembre de 2019

La clase de Lubitsch #42



Y, bueno, queridos indéfilos, llegamos al final de este extenso monográfico que ha abarcado la totalidad de la filmografía de Ernst Lubitsch, o al menos lo que se conserva, ya que hay obras suyas que posiblemente ya nunca veremos. Personalmente ha sido un privilegio retomar cada semana un rinconcito de este maestro de maestros, sobre todo para disfrutar de nuevo con su genial y libérrimo sentido del humor... y de la vida. Pero también para establecer sorprendentes concomitancias con artefactos que aparentemente veríamos como opuestos. Hay mucho de Lubitsch, por ejemplo, en Woody Allen, pero también en propuestas como esa última comedia americana abanderada por Judd Apatow o la irreverente escena mumblecore. Porque si tuviéramos que definir a Lubitsch siempre nos quedaríamos cortos, lejos de la profundidad y naturalidad con la que él entendía las relaciones humanas, cómo nos necesitamos en la misma medida que nos repudiamos.
Es cierto que THAT LADY IN ERMINE casi no podría considerarse estrictamente un film de Lubitsch, que murió a los ocho días de comenzar el rodaje, pero fue el propio Otto Preminger quien dijo que si la película la hubiese hecho él no sería igual, y que el espíritu de Lubitsch aún revoloteaba por el estudio. Sin ser una maravilla, la película es un divertido sainete en torno a la figura de una joven condesa recién casada, cuyo castillo es invadido por los húngaros en la misma noche de bodas, teniendo que invocar el espíritu de su tatarabuela, que luce en un enorme cuadro y cuya leyenda reza que expulsó al enemigo... "de una manera especial". Lo más curioso probablemente sea el reparto, compuesto por Betty Grable (aquella inolvidable pin-up que miraba hacia atrás), un desubicado Douglas Fairbanks Jr. y César Romero, que es lo mejor con apenas un par de apariciones.
En fin, termina el monográfico, pero otros vendrán. La vida sigue, pero nunca igual, que debería haber dicho el estribillo...
Saludos.

martes, 19 de noviembre de 2019

La clase de Lubitsch #41



Puede, es posible, de hecho es cierto, que CLUNY BROWN es el último trabajo enteramente filmado por Ernst Lubitsch. Ahora bien ¿cómo podría despedirse el gran maestro sino con una obra maestra? CLUNY BROWN es como un exquisito e irresistible compendio de todas y cada una de las obsesiones que habían ido cimentando la obra del director alemán. La sofisticación, no tan altiva como decadente, de un escritor checo, refugiado en Londres, que es admirado por los pijos de clase alta por oponerse al cada vez más incipiente Hitler; mientras él, que no disimula su sorna hacia una clase que no es la suya, encuentra más consuelo en la joven Cluny Brown, probablemente uno de los personajes más indescifrables de Lubitsch. Una joven sin muchas luces, impulsiva pero honesta, que curiosamente es enviada a servir a la imponente mansión a la que el escritor es recibido como invitado, y que tiene una pasión... digamos especial... ¡la fontanería!... Así, lo que CLUNY BROWN pone en pie es un intrincado juego de metarreferencias sin apenas salir de un espacio único. La insalvable diferencia de clases, la inexcusable pasividad de una sociedad adormilada ante el imparable avance del fascismo o la constatación de que la inteligencia te hace libre, pero también suele condenar a la soledad. Todo ello cabe en esta maravillosa película sin género, que emociona tanto como hace reír y pensar, todo al mismo tiempo. Y está Charles Boyer, encantador, perfectamente consciente de dónde sale la adulación a su persona; y Jennifer Jones, arrebatadora hasta dándole porrazos a una cañería... Absolutamente todo está dirigido a una única dirección, ese suave zarandeo que el cine proporciona cuando nos ha permitido ser parte indispensable de su aventura, que es tambien la nuestra...
Maravillosa.
Obra maestra absoluta.
Saludos.

martes, 12 de noviembre de 2019

La clase de Lubitsch #40



En 1945, la salud de Ernst Lubitsch no era la mejor, por lo que tuvo que abandonar la dirección de A ROYAL SCANDAL y dejarla en manos de Otto Preminger, aunque se mantuvo acreditado como productor y de hecho siguió el rodaje muy de cerca. Tanto, que parece imposible no ver la mano del maestro, sobre todo en las escenas más agudas de esta ¿dramedia? situada en la corte de la Zarina Catalina de Rusia. Y vuela alto el film en ese sentido, ya que el enredo es tal que fluctúa, casi sin esfuerzo, del planteamiento político al romance desenfadado. Hace falta un guion muy bien hilado para instrumentar los temores de traición y revolución en la corte, y seguidamente imbricar el discurso político en una típica discusión de pareja. La Zarina se encapricha del mensajero que le trae una noticia que luego resulta no ser cierta, aunque él está comprometido con una condesa, íntima amiga de la Emperatriz. Es decir, celos, prepotencia, manipulación y traición, actos que se pueden atribuir tanto al ámbito de la política como al de los sentimientos... como hemos comprobado recientemente. Un excepcional ejemplo de guion y un puñado de magníficas interpretaciones, destacando a esa gran olvidada que siempre será Tallulah Bankhead, puede que lo más cercano que Hollywood tuvo a Bette Davis o Joan Crawford.
 Aún le quedarían fuerzas a Lubitsch para volverse a poner tras las cámaras, pero eso es algo que les contaremos próximamente...
Saludos.

martes, 5 de noviembre de 2019

La clase de Lubitsch #39



HEAVEN CAN WAIT. O, la fotografía en color de Ed Cronjager. O, la partitura de Alfred Newman. O, ese guion de Raphaelson, erigido casi en cronología involuntaria de una carrera que tocaba a su fin, la del propio Lubitsch. O, Don Ameche, el sinvergüenza más enternecedor y entrañable que se ha asomado a una pantalla; tanto, que hasta logró ablandar al mismísimo diablo y que lo enviara "allí arriba", adonde no pensaba ir. De Gene Tierney no digo nada, parafraseando a mi amigo Lombreeze: "no soy digno". No hay mucho más que añadir para ensalzar esta maravillosa película, excepto, quizá, que tras esa falsa apariencia de comedieta ligerilla hay un mensaje que se erige en lección de vida, la que le gustaría rozar a gente como Malick, enfrascado en pedantería new age, en una frase como ésta: "La vida sólo dura un rato, y es el que tengo para estar junto a ti"...
Saludos.

martes, 29 de octubre de 2019

La clase de Lubitsch #38



Y, cómo no, TO BE OR NOT TO BE, uno de los títulos fundamentales para entender el cine de Lubitsch, lo retorcido de su discurso y la elegancia de sus formas incluso abordando lo más zafio. Y es que parece casi imposible imaginar una comedia surgida en la ocupación nazi de Polonia, y mucho menos hilarlo con un asunto de cuernos en una compañía teatral. Sin embargo, la sutileza de Lubitsch es tal que se permite el lujo de desbordar el discurso típico de la screwball comedy sin perder de vista la cruenta situación de una sociedad que, de improviso, se ve aplastada por el ejército invasor. Así, lo que Lubitsch consigue es una anomalía, casi una película sin género, o de muchos géneros; en palabras de Roland Barthes "una zambullida en la realidad desde lo irreal". Sin tiempo para asimilar qué estamos viendo exactamente, la vanidad de un actorcillo, que se cree más importante de lo que es, supone la excusa perfecta para suplantar al mismísimo Führer. Y al mismo tiempo, la infidelidad manifiesta de su esposa (no se pueden contar más sentimientos encontrados con una escena tan simple) hace replantearse al protagonista su propia condición de segundón.
La música de Heymann es inolvidable, y los actores (qué maravillosa era Carole Lombard) parecen imbuidos de una especie de halo mágico, que hace que quieras volver a verla tras una escena final deliciosa, que vuelve a cerrar el círculo y resignifica a una de las mejores ¿comedias? de todos los tiempos.
Obra maestra.
Saludos.

martes, 22 de octubre de 2019

La clase de Lubitsch #37




THAT UNCERTAIN FEELING, de 1941, fue casi como un divertimento para Lubitsch, que era el rey indiscutible de la comedia, pero al que siempre se le exigía aumentar las expectativas en un mercado cada vez más competitivo. El guion de Don Ogden se centraba en la lucha de sexos, pero desde la perspectiva de la mujer insatisfecha, que finalmente deviene en mujer confusa, o mujer que quiere abarcar todos los aspectos de la vida. Un inocente ataque de hipo lleva a Jill (Merle Oberon, dando el callo en un papel cómico) a la consulta del doctor, al que confiesa que su matrimonio es insulso y aburrido. Él (Melvyn Douglas) es un agente de seguros absorto en su trabajo, y cuya atención hacia su mujer apenas llega a unos golpecitos en el costado. De vuelta al médico, Jill conoce al opuesto total de su marido, un pianista excéntrico y malhumorado (Burguess Meredith) que se define a sí mismo como un individualista extremo. Sea por dar celos al marido o por experimentar nuevas sensaciones, Jill decide divorciarse, lo que enciende inmediatamente al marido, que asimismo descubre un placer inusitado en urdir un plan que no sólo le devuelva a su esposa, sino que tire por los suelos la reputación del pianista. Sin ser de lo mejor de un Lubitsch que saltaba de una obra maestra a otra, es, ya digo, una refrescante screwball comedy de las de toda la vida, y una nueva vuelta de tuerca a uno de los temas favoritos del director: las mentiras aceptadas dentro de la "institución" matrimonial.
Saludos.

martes, 15 de octubre de 2019

La clase de Lubitsch #36



Como el que no quiere la cosa, casi sin esfuerzo, Ernst Lubitsch pasa de una obra maestra a otra y filma THE SHOP AROUND THE CORNER (a la que estoy seguro de que ustedes recordarán mucho más como EL BAZAR DE LAS SORPRESAS), en la que desmitifica la habitual gazmoñería de las comedias románticas y embarca al espectador en un vaivén imparable de sentimientos, que van desde el arribismo y egoísmo, el fracaso de la integridad o la falsedad acentuada en los puestos de trabajo que implican una estrecha interactuación. Y por si fuera poco, en 1940, a Lubitsch se le ocurre la barbaridad de adelantarse un montón de décadas e inventar el dilema de las ciberrelaciones; epistolarmente, claro, pero que en este caso es el motor perfectamente engrasado, mediante el que asistimos a la conveniencia de adoptar una personalidad u otra en función de quién tengamos delante. Ella es una joven "desamparada" que logra emplearse en la famosa tienda del título, gracias a la intervención, un poco involuntaria, del jefe de personal, que desde el principio ve en ella ese punto de manipulación femenina que contrasta gravemente con su intachable criterio moral. Ambos mantienen correspondencia con un/una pretendiente anónim@, sin sospechar que están más cerca e ell@s de lo que creen, y es sólo mediante un equívoco que desemboca incluso en un trato totalmente injusto que se dan cuenta de lo insensato de algunos de sus actos y decisiones. Es decir, todo un tratado acerca de las miserias y sinsabores en unas relaciones humanas, que en realidad vienen a señalar con gran amargura lo solos y solas que podemos llegar a estar. Luego, a alguien en Hollywood se le ocurrió que a lo mejor no era buena idea tildar de comedia cosas como ésta, con tanta bilis supurando tras unas imágenes y diálogos cargados de intención. El binomio Stewart/Sullavan sigue estando en la cúspide del antirromanticismo, y el guion de Samson Raphaelson captura toda la esencia de la obra original del húngaro Miklós László, que la hace arrebatadoramente moderna casi 80 años después.
De nuevo, obra maestra absoluta.
Saludos.

martes, 8 de octubre de 2019

La clase de Lubitsch #35



Me he lanzado a teclear rabiosamente, sin orden ni concierto, llevado por la modesta lujuria que suele embriagar de tanto en tanto el castigado olfato del cinéfilo. NINOTCHKA... oh dios mío... Lo tiene todo para no sobresaalir, para ser acusada de tantas cosas. Y todo da igual. Da igual el trazo grueso, porque es un "finísimo trazo grueso". Las interpretaciones estereotipadas, porque están trufadas de matices sólo aptos para paladares exquisitos. NINOTCHKA... oh dios mío... Esta maravilla es una comedia romántica de las de toda la vida, pero es inclasificable, invaluable, y engrosa la exigua lista de verdaderas obras de arte, así, como si nada. Es el don de los genios, hacer las cosas por casualidad. Es exprimir una emoción pura de una relación tan cursi e improbable como la de Greta Garbo y Melvyn Douglas, porque a lo que aspiraba Lubitsch era a rozar un poquito con los dedos ese momento mágico en el que dos personas se enamoran, y cómo el resto del mundo les importa un carajo a partir de entonces. Está en la risa de ella, la comunista de zapatos tan planos como unos labios que no tardan en abrirse al amor. Y también en la mirada de Douglas, que pasa de su habitual frivolidad a una entrega absoluta ante la mera presencia de su amada. Billy Wilder tuvo algo que ver también...
Véanla al menos una vez al año. Como siempre digo, serán mejores personas después...
Obra maestra absoluta.
Saludos.

martes, 1 de octubre de 2019

La clase de Lubitsch #34



El inicio de BLUEBEARD'S EIGHTH WIFE es absolutamente glorioso, un deleite de concisión, ritmo, imprevisibilidad e intención. O cómo narrar el encuentro entre dos personas mediante una casualidad y otra tras una elipsis perfectamente hilvanada. El "Barba Azul" del título no es otro que un Gary Cooper perfecto en el rol de un magnate norteamericano, con siete esposas a sus espaldas, que pasa una temporada en la Riviera francesa y que cae rendido ante los encantos de una mujer (Claudette Colbert), sin sospechar que se trata de la hija de un noble arruinado que lleva un tiempo proponiéndole un no menos ruinoso negocio. Lubitsch no tiene miedo en mostrar la verdadera y nada complaciente cara de ambos: él no duda en usar su poder financiero para literalmente "comprar" a cualquiera, con tal de lograr sus propósitos; ella, orgullosa como la noble que es, no se deja impresionar en un primer momento, aunque luego comprende que lo más inteligente es mostrarse sumisa, para después tener el control de una relación a la que parece valorar más por el mero interés.
Es una "comedia sofisticada", efectivamente, pero a los arrebatos machistas de él le suma la perfidia calculadora de ella, casi como complementos imperfectos, a veces el único sustento de la gente que no podría estar junta de otra forma.
Saludos.

martes, 24 de septiembre de 2019

La clase de Lubitsch #33



ANGEL, de 1937, fue la película en la que Ernst Lubitsch dirigió a Marlene Dietrich y la convirtió en una actriz versátil, más allá de la vampiresa fría y distante que parecía acompañarla para siempre. En lugar de ello, lo que proponía el guion de Samson Raphaelson era el vivo retrato de la insatisfacción femenina, encarnado en la aburrida esposa de un aristócrata (Herbert Marshall), que sólo es capaz de ver la distancia que los separa cuando descubre la posible infidelidad cometida casualmente con un norteamericano al que también conoce. El prodigioso pulso narrativo de Lubitsch se muestra en la pausada dicotomía entre el etéreo encuentro en París, todo un juego de apariencias, y la previsible cotidianidad del matrimonio que, aun queriéndose, casi no actúa como una pareja. Melvyn Douglas es el americano, seductor y sin ataduras, que queda fascinado ante una mujer de la que sólo sabe que no es quien dice ser. De ese oleaje emocional se extrae una fabulosa verdad, que se puede ser frívolo y consecuente. Cómo no.
Saludos.

martes, 17 de septiembre de 2019

La clase de Lubitsch #32



Más producto de la cabezonería de Lubitsch por adaptar la opereta de Franz Lehár, un viejo sueño suyo, aparte de la seguridad en taquilla que solía dar el tándem Chevalier/MacDonald, lo cierto es que THE MERRY WIDOW fue lo que todos esperaban, pero se hizo por los pelos, ya que el chansonnier estaba hasta el gorro de repetir siempre el mismo rol y la soprano prefería dedicarse a cantar. No volvieron a repetir la experiencia, aunque lo que Lubitsch hizo, casi sin proponérselo, fue adelantar algunas de las grandes obras maestras que empezaría a realizar inmediatamente después. Además, el film fue bien recibido por la crítica y llegó a llevarse un oscar a la mejor dirección artística, que recayó en Cedric Gibbons y Fredric Hope, especialmente brillantes en los fastuosos números musicales. Es una comedia, sí, y es un musical, también, pero sobre todo es una especie de último guiño a esa "vida alegre", desplazando a París, y por motivos estrictamente económicos, las penurias de una remota región centroeuropea llamada Marshovia, y por la que la MGM recibió hasta una anecdótica demanda de Montenegro, que se vio agraviada como el lugar triste que nunca fue... Muy Lubitsch todo, sí señor.
Saludos.

martes, 10 de septiembre de 2019

La clase de Lubitsch #31



Hay varias razones por las que DESIGN FOR LIVING es una absoluta maravilla de película, y podríamos hablar del excelente texto de Noël Coward, la adaptación que hicieron Ben Hecht y Sam Hoffenstein, o la compleja química entre tres actores tan diferentes como Gary Cooper, Fredric March o la maravillosa Miriam Hopkins, en un papel que le queda como un guante. Supongo que lo correcto sería lo más simple, que es hablar de una dirección impecable, de un fluir natural por parte de Lubitsch, y no nos desviaríamos nada. Pero hay algo muy hermoso que late bajo la apariencia hiperfrívola de este triángulo amoroso (y ustedes dicen que esto es antiguo y que lo moderno es eneñar culos...) entre un pintor, un dramaturgo y la mujer que bien podría ser la musa de ambos, pero que es algo mejor: un amor comparable en fuerza a una amistad. La película tiene un ritmo frenético, con las idas y venidas de estos tres enamorados, que se dan cuenta de que no pueden vivir separados por mucho que lo intenten, lo que queda magníficamente reflejado en la poca importancia que le dan al éxito profesional, ya que les ha llvado a la separación. Todo aquí es sugerido, pero finamente expuesto con claridad, sin medias tintas, o lo que es lo mismo: una comedia entretenidísima que contiene un mensaje contra la tiranía del conservadurismo, quizá la que obligaba a los guionistas y directores a romperse la cabeza para contentar a los censores. En realidad, como yo la veo, UNA MUJER PARA DOS es un hermoso y cálido homenaje a la gente que se quiere sin más, que es lo que deberíamos practicar un poco más a menudo... ¡Qué grande Lubitsch!...
Saludos.

martes, 3 de septiembre de 2019

La clase de Lubitsch #30



ONE HOUR WITH YOU puede ser una de las películas de Lubitsch a las que menos sentido le veo, aunque ni siquiera eso es óbice ni circunstancia atenuante para que me guste con moderación e incluso le encuentre su gracia, que no es poca. Es, básicamente, la puesta al día (1932) en clave sonora de aquella THE MARRIAGE CIRCLE, en mi opinión superior a ésta, aunque habrá quien piense que se trata de dos films completamente diferentes, sobre todo en forma. De hecho, le encuentro más puntos en común con, por ejemplo, con lasotras dos películas en las que intervino Maurice Chevalier, que ya luce algo cansino como zalamero profesional. Típica comedia de enredos matrimoniales, acaba por ensalzar los valores y ventajas de la vida conyugal frente al flirteo como modo de vida disoluto, y, además de utilizar ese recurso tan español del diálogo en verso, habría que destacar la aportación de George Cukor en tareas de ayudante de dirección de un Lubitsch que en aquella época no paraba de recibir ofertas.
Bien, correcta, cortita, adorable...
Saludos.

martes, 27 de agosto de 2019

La clase de Lubitsch #29



THE BROKEN LULLABY es un film ciertamente singular dentro de la extensa filmografía de Ernst Lubitsch. Primero, porque fue la última vez que el director obtuvo reconocimiento unánime por un drama (y qué drama, señores), y la única desde la llegada del sonoro. En apenas 80 minutos, Lubitsch enarbola un delicado y sentido alegato antibelicista, pero no como podríamos imaginarlo, sino buscando siempre una tenue luz de esperanza entre la corrupta suciedad de la guerra. Paul es un joven músico francés que se confiesa, lleno de remordimiento, por haber matado a un soldado alemán en la WWI que también era músico como él, y que antes de morir escribió una carta a su familia. Desesperado por lo que considera una muerte sin sentido, y esperando encontrar alguno a su destrozada vida, Paul viaja hasta el pueblo del soldado alemán con la intención de volver a confesarse, pero esta vez ante la familia, también rota por el dolor. Pero una vez allí, la afabilidad con la que es recibido por los padres le impide decir la verdad, y además surge el amor entre él y la hermana del soldado, por lo que permanece allí, incluso defendido por su "nueva" familia ante el rechazo de sus propios vecinos, que sólo ven en él a un enemigo de oscuras intenciones.
Una película seca y directa, pero dotada de una luz genuinamente humanista y un mensaje implícito absolutamente valioso y que todos deberíamos tener presente a cada momento: En la guerra sólo hay perdedores, pero ¿merece la pena seguir perdiendo?...
Saludos.

martes, 20 de agosto de 2019

La clase de Lubitsch #28



IF I HAD A MILLION fue una película de episodios en la que la Paramount reunió a algunos de sus mejores directores para elaborar una sátira acerca del vil metal y sus (casi siempre) nefastas consecuencias. En apenas 80 minutos, se concentran al menos una decena de capítulos, con el denominador común del cheque por valor de un millón de dólares que todos sus protagonistas van recibiendo al azar de un millonario que, harto de los buitres que rondan su cama, decide desprenderse de tamaña cantidad. El tono general parece cómico, pero hay sitio para todo tipo de sentimientos, comenzando por el típico calzonazos que pierde casi todo su salario por torpre, ya que trabaja en una tienda de porcelana y tiene que abonar las piezas rotas, aparte de tener que aguantar a una esposa particularmente insoportable. Imaginen qué es lo primero que hace al cobrar el cheque...
La siguiente tiene su miga, ya que se trata de una prostituta de mirada cansada que confunde al portador del cheque con un potencial cliente, y cuyo único afán es poder, al fin, permitirse el dormir sola y sin el disfraz que suele llevar puesto. Muy sutil.
Luego, el tono se oscurece con un delincuente al que la policía pisa los talones, y cuya paradoja es que él mismo no se fía de que el cheque sea verdadero, y sí una trampa para atraparle in fraganti. El final es demoledor, con el tipo entregando el cheque en un albergue a cuenta de poder dormir una noche y el duño quemándolo mientras llama a la policía... Brutal.
El siguiente no me gusta demasiado, porque tiene al insoportable W.C. Fields con una entonación no apta para dolores de cabeza. Él es un acróbata retirado que tiene un accidente de coche junto a su esposa, a la que no para de piropear. Sabiéndose millonarios, se compran una flota entera de coches con chófer incluido, sólo para chocar con los energúmenos que se ven encontrando e ir cambiando de coche constantemente. Una gilipollez.
Luego, de nuevo lo que parece una alegría se transforma en una terrible certeza. Un condenado a muerte recibe el cheque nada menos que el día de su ejecución, sin poder hacer absolutamente nada para detener el proceso. La idea es tremenda, pero quizá excesivamente traída por los pelos.
Y entonces llega Lubitsch, y en el segmento más corto de todos se come con patatas a todos los demás. En clave de cine mudo, un oficinista (magistral Charles Laughton) recibe el cheque sin que se le altere un músculo. Seguidamente, se prepara frente al espejo y sin emitir sonido alguno ni cambiar el gesto llama a la puerta del despacho de su jefe. Sin decir esta boca es mía le dedica una sonora pedorreta, y se marcha...
Después volvemos al tono de comedia ligera, con un por entonces incipiente Gary Cooper (hablamos de 1932), un marino que cumple un par de días de arresto junto a dos compañeros, y que cree que el cheque no es más que una broma del día de los santos inocentes, por lo que se lo guarda pero lo ignora. Justo hasta que invita a una chica a salir y convence a su padre, que tiene un puesto de hamburguesas, de que le ha dado un cheque por diez dólares con el que pagar sus deudas y así salir con su hija. Lo divrtido del aunto es ver a los tres marinos mientras se preguntan por qué acaban de salir el hamburguesero y la chica de un Rolls Royce...
El final, bueno, podía haber sido mejor, pero concluye la función con una especie de compendio de todo lo que hemos visto. En un geriátrico, la severa encargada mantiene a las pobres abuelas en un constante estado de sumisión, sin permitirles hacer nada por su cuenta. El cheque, cobrado por una de ellas, dará la vuelta a la situación, y los empleados serán los obligados a mecerse  y hacer punto, tal y como les ordena su nueva jefa.
Al final, el millonario, tras zamparse una soberana tarta de manzana, cortesía de la abuelita y ahora empresaria, manda al carajo a todo el mundo y se marcha al asilo... "a echar una canita al aire"...
Véanla, no les va a pasar nada malo.
Saludos.

martes, 13 de agosto de 2019

La clase de Lubitsch #27



TROUBLE IN PARADISE, de 1932, era otra de esas comedias aparentemente inocuas, mediante las que Lubitsch se servía para poner en solfa todo un sistema de clases y valores sin perder la compostura. En esta ocasión la historia comienza en Venecia, donde una pareja de ladrones profesionales se conocen haciéndose pasar ambos por aristócratas, que es la técnica que usan ambos para desplumar incautos forrados; su habilidad mutua les lleva a la admiración y, claro, a enamorarse, mientras, entre beso y beso, sustraen carteras y joyas sin ser advertidos. Sin embargo, todo cambia entre ellos cuando él roba un valioso bolso de diamantes, pero se arrepiente al conocer a su dueña, una joven millonaria, de la que queda prendado, por lo que decide devolverlo y hacerse pasar por un experto en joyas, por lo que queda inmediatamente contratado como secretario. La gracia del guion está en cómo los ladrones terminan siendo más íntegros que los magnates a quienes roban, y en ese juego de apariencias, en el que nadie es tal y como se presenta. El trío protagonista es perfecto, con Herbert Marshall y Miriam Hopkins como la pareja de ladrones y la bella Kay Francis como la "ingenua" viuda que amenaza con romper dicha pareja. Y es la sofisticación de Lubitsch lo que aparta este film de cualquier rutina convencional y eleva su calidad muy por encima de producciones similares. No es de sus títulos más grandes y recordados, pero supone un magnífico ejemplo de estudio sobre cómo se resuelven situaciones difíciles con soluciones sencillas. Y eso es de director verdaderamente grande.
Saludos.

martes, 6 de agosto de 2019

La clase de Lubitsch #26



En 1931, Lubitsch cometió la maravillosa imprudencia de reiterarse en el éxito, por lo que retomó al chansonnier Maurice Chevalier en tareas erótico/castrenses y emplazarlo en una Viena féstiva y desenfadada. Con guion de Ernest Vajda y Samson Raphaelson, THE SMILING LIEUTENANT parte de la presentación del teniente Niki, un galán irreductible que queda prendado de una joven violinista, con la que inicia un idilio que le aparta de cualquier tentación. Sin embargo, la llegada del rey del reino ficticio de Flausenthurm, acompañado de su candorosa hija, coloca al teniente en un aprieto, cuando en el desfile oficial le guiña un ojo a su amada, confundiéndose ello con una falta de respeto hacia la princesa, que pasaba entre ellos en ese momento. Curiosamente, el film concurrió a la carrera del oscar a mejor película de manera conjunta a otro título dirigido por el propio Lubitsch (ONE HOUR WITH YOU), algo sumamente excepcional, aunque ambas se fueran de vacío. Otra de sus particularidades fue que los números musicales dejaban paso a un mayor peso interpretativo, quizá porque Claudette Colbert no poseía la espectacular voz de Jeanette McDonald; aunque también es justo reconocer el acierto en la elección de la excelente Miriam Hopkins, que daba vida al personaje más rico y complejo, una princesita pazguata que parece caer bajo los encantos del teniente, y que acaba acortando su ropa interior y tocando jazz al piano con un cigarrillo en la boca... Nada menos, pero nada más, pues se acercaba el terrible código "moralista", y ya sería difícil hablar de según qué temas, incluso para Lubitsch.
Saludos.

martes, 16 de julio de 2019

La clase de Lubitsch #25



MONTECARLO, de 1930, tiene la apariencia de una simple comedia, tenuemente musical, pero Lubitsch la eleva hasta hacer del guion de Ernest Vajda un soberbio tratado sobre las apariencias, mentiras y mitos de las relaciones entre hombres y mujeres, los roles que adoptan y la hipocresía sobre la que se asientan sus principios. Como Groucho dijo una vez: "Si no le gustan mis principios, tengo otros", e incluso mejores, podría haber añadido. Y no hay frase más certera para entender qué hay detrás de lo que parece ser no más que las aventuras y desventuras de la joven prometida de un viejo conde millonario. Ella (Jeanette MacDonald) deja colgado al tipo en el altar, mientras arrecia la lluvia, y coge el primer tren a ninguna parte, aunque luego se entera de que pasa por Montecarlo. Allí se arruina, aunque en realidad ni siquiera llevaba dinero, y es objeto de deseo de un conde cantante, que no puede acercarse a ella porque fue quien le trajo mala suerte en el casino, así que se hace pasar por peluquero, aunque sus encantos naturales le bastan para seducir a la aspirante a condesa, que tiene la amabilidad de pasar por alto su naturaleza plebeya... Bueno, por eso y porque el falso peluquero se compromete a hacerle un prestamo para recuperar su posición. Es decir, que lo bonito del asunto es que el amor prevalece, pero Lubitsch observa con su media sonrisa y, sin hacer trizas a nadie, la presenta a ella como la trepa manirrota que es, y a él como el macho aprovechado y que se escuda en el rechazo de clases, aunque él lo apoye abiertamente. Ahora bien ¿qué coño es todo eso de la dignidad si podemos cantar y refocilarnos entre satenes de flojera novimperial?...
Saludos.

martes, 9 de julio de 2019

La clase de Lubitsch #24



Y, de nuevo en 1929, llegamos a THE LOVE PARADE, el primer film sonoro de Ernst Lubitsch, y la constatación de que si ya era un maestro del cine mudo, lo mejor estaba por llegar. Sin ser una obra mayor, se trata de una película absolutamente deliciosa, una comedia con ramalazos de musical que contaba la historia de un conde de costumbres disolutas con el sexo opuesto, que es deportado desde el Crazy Paris a su pequeño país de origen, Sylvania, donde la reina le espera para castigarlo debidamente. Sin embargo, el panorama cambia radicalmente cuando la joven reina, incapaz de encontrar un marido consorte ideal, cae rendida ante los encantos del conde, con lo que él ve una oportunidad para evitar la cárcel y ella para desposarse al fin. La gracia de todo ello, el "toque Lubitsch", está implícito en un subversivo cambio de roles, puesto que ella es la que manda y él se limita a ser poco más que un florero que no puede dar un paso si su reina y esposa no se lo ordena.
Protagonizada por Maurice Chevalier (que a los 41 años lograba su primer papel importante en Hollywood) y la actriz y soprano Jeanette MacDonald, es una de esas comedias "amables" que ofendían poco, aunque Lubitsch siempre se las arreglaba para insertar sus genuinos golpes de efecto, especialmente en unos diálogos que sugieren infinidad de metáforas subidas de tono, y que, por ejemplo, queda resumida en una escena maravillosa, que los defensores de la moral tacharán de machista, aunque me da igual: mientras el conde corteja a la reina en una cena que siempre está fuera de campo, y que es narrada por cuantos cortesanos espían la escena, el criado de él hace lo propio con la doncella de ella, mientras sus respectivos perros comen del mismo recipiente frente a ellos. Entonces él dice: "No veo el problema. Si mi amo tiene derecho a cenar con la reina, el mismo derecho tendrá su perro a compartir comida con la perra de su majestad"... Puro Lubitsch.
Saludos.

martes, 2 de julio de 2019

La clase de Lubitsch #23



Curiosa película ETERNAL LOVE dentro de la filmografía de Lubitsch, primero por la asincronía que tiene como film silente, en unos años (es de 1929) en los que la mayoría de producciones optaban por el sonido, aunque hay que destacar que sí posee una banda sonora musical, a cargo del compositor austriaco Hugo Riesenfeld. Aunque lo más curioso quizá sea su trama, primero por tratarse de un drama romántico de corte más bien trágico, y en el que a Lubitsch le cuesta un poco más desenvolverse con la clase que siempre atesoraba en el terreno de la comedia. La historia nos sitúa en plenos Alpes suizos, donde un pequeño pueblo depone las armas ante el avasallador ejército napoleónico como único acto de supervivencia; todos excepto Marcus, un indómito cazador que se niega a deshacerse de su medio de vida. Es por ello que el pueblo lo mira con recelo, y aún más cuendo pide la mano de su enamorada, la hija del pastor local, que no ve con buenos ojos la unión. Por otra parte, otra chica está etrás de Marcus, aunque por motivos puramente interesados, y aunque él la rechaza será víctima de una jugarreta en una ebria noche de carnaval, lo que le obligará a casarse con ella y olvidarse de su amada, que encuentra consuelo en un antiguo amor, que no duda en aprovechar la coyuntura. Digamos que lo que propone el film es una cierta moraleja, que vendría a decirnos que esrá bien ser honesto con los principios propios, aunque a veces un exceso de honestidad nos lleve curiosamente al lado contrario que esperábamos. Protagonizaba aquel actor intenso como él solo que era John Barrymore y la bellísima Camilla Horn, que se complementaban a la perfección, aunque la que destaca por su complejo papel es Mona Rico, que era lo más parecido entonces a una "actriz exótica". Yo, por mi parte, me quedo más con el buen hacer de Oliver T. Marsh y Charles Rosher en la fotografía, con movimientos de cámara que poco tenían ya que ver con el cine mudo. Y es que el cine era ya otra cosa...
Saludos.

... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!