Con aire ingenuo, casi infantil, no podemos evitar pensar en cómo habrían sido las cosas, qué hubiese cambiado en el acta oficial de las cosas si lo que pasó no pasó. Algo de eso hay en LA LUZ PRODIGIOSA, una película pequeña, modesta, con magníficas intenciones no siempre bien entendidas. Y es que más allá de esa paradoja abierta en el tiempo, con una curiosidad que nos dibuja una sonrisa cómplice, emociona aún más esa íntima historia de camaradería entre dos hombres que nunca se hubiesen conocido, y cuyos caminos confluyeron sólo por la desgracia. Joaquín era un joven analfabeto en la Granada del 36, y aquel hombre, moribundo con un tiro en la cabeza, desconocido, es salvado milagrosamente por un médico que se atrevió a atenderlo. Y Joaquín marcha al frente, y luego al norte, y un día vuelve a su Granada, y se encuentra, también de casualidad a un hombre como ido, que no habla, al que los chiquillos llaman "Galápago". Y ese nombre se lo puso él en el 36, porque no sabía cómo se llamaba, y... ¿y si? Es una fábula hermosa la que nos proponía esta historia, que se emparenta con otras que también tenían música de Morricone, que nos habla de los poetas que dejaron de existir, pero también de esos héroes anónimos, que no figuran en ningún libro, pero que nunca dejaron de lado su humanidad en mitad de la barbarie. Y la química entre Alfredo Landa y Nino Manfredi nos hace sonreír, mientras pensamos en cómo podrían haber sido las cosas...
Y esta preciosa historia la escribió Fernando Marías, que nos dejó hace muy poquito, y era de justicia que nos acordáramos también de él...
Saludos.
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