Me permito recomendarles vivamente THE DEUCE, la serie creada por David Simon para HBO, y que se estrenó hará ahora poco menos de dos años. Pero supongo que ya lo sabían, que ya conocían esta sinfonía agridulce de una esquina de Nueva York, que supone una inmersión en lo pequeño para comprender mejor la maquinaria de una gran ciudad. Estructurada en tres temporadas perfectamente delimitadas entre sí, aunque totalmente inseparables también, lo que Simon propone es una especie de juego de reflectantes, donde la entrada a un mundo, un ámbito, en realidad nos da la inmediata bienvenida a otro. Así, te pueden vender THE DEUCE como un fresco acerca del auge del porno como industria multimillonaria, justo desde las catacumbas de la Gran Manzana, en contraposición al luminoso y lenticular californiano, que sería otra cosa que vendría después, y que aquí también se toca tangencialmente. Hay mucho más en esta serie, y todo se corresponde con su igual, o su contrario. Están los chulos como gerentes de la carne recién llegada en autobuses. Los mafiosos, con un poder tan escueto que tienen que ir ellos mismos a recoger los sobres. Los policías, con una misión más difícil que arrestar a los malos: resistirse a no hacerlo. Los locales, vivos, esplendorosos, con música en directo, palpitantes. Y hay un arco razonablemente extenso desde principios de los setenta, en la T1, pasando por el fin de la década en la T2, y desembocando en una tercera temporada a mediados de los ochenta, escrito como un extraño epitafio de luces, como si todo lo correcto y sano no fuese más que la tumba de un mundo que extraía su razón de existir de esa mugre imperfecta, pero que se nota real.
Ta sólo tres apuntes para que la vean sin más dilación. La habilidad para mostrar sin juzgar, el empeño en ir desmantelando ese mundo a medida que se va creando, y por supuesto, la música. Las tres cabeceras son perfectas, pero también los insertos, nunca gratuitos, o una espeluznante coda final, que por supuesto no desvelaré. Y también está James Franco, sorprendentemente contenido, porque da vida nada menos que a dos personajes, idénticos por fuera y diametralmente diferentes por dentro. Y Maggie Gyllenhaal, cuyo rostro, de cansada plenitud, podría representar el diagrama de esa ciudad que no duerme. Aunque el elenco es extenso, hay pocos personajes intrascendentes en esta serie, que además creo que supo pararse a tiempo, porque si no todo habría sido menos frívolo y menos encantador...
Espectacular.
Saludos.